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EDUCACION

6 de marzo de 2018

Los nuevos desafíos para adultos mayores

Hay profundas razones para volver al aula tras los 50.
Así lo prueban estudios e historias de vida.

Aprender después de aprender, después de trabajar y jubilarse, de criar hijos, es un camino cada vez más transitado y buscado por los adultos mayores. Lo que hasta hace algunas décadas era impensable se está convirtiendo en una necesidad casi vital.

Es que, según se viene trabajando desde la gerontología, la educación, en esta etapa de la vida, actúa como compensación de pérdidas y como potenciadora del desarrollo, entre otras funciones. Y eso los grandes lo saben. “Estudiar me ayuda mucho, sobre todo para seguir en esta etapa de la vida que no es fácil si uno no tiene las herramientas necesarias”, dice Susana Lozano, alumna del Cepram desde hace varios años. Y agrega: “Aquí encontré un lugar para mantener la mente abierta a lo nuevo, me ayuda mucho para el trato con mis nietos, con la gente más joven, y es una oportunidad para hacer lo que no hice antes”.

El testimonio de Susana se repite en cada espacio educativo para mayores de todas las latitudes y grafica lo que el investigador español Feliciano Villar Posada señala como los otros objetivos de la educación. Se trata de una herramienta que en la vejez está llamada a atender a unas generaciones que no tuvieron las suficientes oportunidades educativas, a ser un medio para prevenir y paliar las deficiencias asociadas al envejecimiento, a ser instrumento para potenciar su actividad y relaciones sociales, y a ser un motor para recuperar el poder político como colectivo.

 

 

Como en las otras edades, la educación también impulsa en este período el crecimiento personal y social. Es decir que, además de contrarrestar carencias, posibilita seguir desarrollándose. Esta noción de progreso, que hoy parece una obviedad, hasta hace un tiempo estaba vedada a los grandes. Recién en la década de 1970, con la aparición de las teorías del ciclo vital, surgidas de la psicología evolutiva, fue desterrándose la concepción de declive absoluto e irreversible tras los 60 años. Según esta mirada, el desarrollo es un proceso que ocurre durante toda la vida, que implica pérdidas y ganancias en todos los momentos vitales.

 

La idea de ganancia en la vejez es de las más relevantes y reparadoras que haya dado la psicología, porque supone que “la persona nunca perdería cierta capacidad plástica de cambio y adaptación a nuevas circunstancias y que es apta para revertir o compensar aquellas que suponen merma”, sostiene Villar Posada, investigador de la Universidad de Barcelona, quien estuvo en Córdoba en 2013.

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Plantear educación en la vejez implica partir de una “visión de ser humano abierta capaz de aprender y, en último término, progresar toda la vida”. Además, abre las puertas del aula a este grupo etario que antes sólo volvía por la evocación y no por el acto renovado de estar allí nuevamente.

Aprender, una felicidad

Esta nueva representación social ha producido cambios profundos en lo cultural, social y personal. Ha inaugurado una nueva vía de abordaje del envejecimiento, ha expandido el campo y las metas de la educación y ha unido a esta definitivamente a la vida. Los testimonios de unos y otros dan cuenta de esa amalgama. Para Irene Graffi, psicopedagoga, docente jubilada y alumna de los cursos para mayores del Cepram, aprender es la mejor manera de sentirse viva. “El aprendizaje académico y el social son valores que nos nutren para estar vivas. A mí me encanta venir aquí y tener contacto con saberes reales para poder trasmitirlos a mi vida cotidiana. Me siento útil con los demás y me siento digna de mí misma. Siento que este es mi mundo, el seguir aprendiendo todos los días”.

Marta Marzetti, compañera del mismo espacio, lo percibe de igual manera: “Si uno no sigue aprendiendo, de alguna forma se muere, por eso este lugar me ha ayudado a crecer, a tener proyectos, amistades, a modificar mi pensamiento, a ser más abierta, flexible. Estoy muy feliz”. Experimentar la felicidad a partir del aprendizaje es una de las aspiraciones más elevadas de la educación que ha encontrado terreno fértil en la senectud.



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