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EDITORIAL

21 de marzo de 2018

Sociedades malhumoradas

¿Por qué las crisis sociales ocurren cuando la economía se recupera y no cuando está en su peor momento? La historia nos enseña que las cosas no mejoran por sí solas, necesitan que se las empuje en la dirección deseada.

John Maynard Keynes, el gran economista británico de la primera mitad del siglo pasado, decía que no ocurre lo imprevisto sino lo no pensado. Quizá este aserto permita entender por qué las grandes manifestaciones protagonizadas por las mujeres y los pensionistas han cogido desprevenido al Gobierno. Y junto con el Gobierno, también a las formaciones políticas –tanto las tradicionales como las nuevas– y a las organizaciones sindicales. Todos se han visto desbordados por las iniciativas de organizaciones cívicas autónomas.

¿Por qué no se saben anticipar estas explosiones de malestar social? Probablemente es debido a la existencia de un pensamiento economicista ingenuo, consistente en creer que el simple retorno de la economía al crecimiento eliminará los malos humores de la sociedad. “Lo peor ya ha pasado –piensan–, y ahora las cosas mejorarán para todos”. Pero las cosas no mejoran por sí solas, necesitan que se las empuje en la dirección deseada.

La historia nos enseña que las crisis sociales surgen cuando las economías vuelven a crecer, no cuando están en sus peores momentos. A los españoles ya nos ocurrió en 1988. Después de una fuerte recesión y un ajuste salarial duro, la economía volvió al crecimiento en la segunda mitad de los ochenta. Viendo que el crecimiento beneficiaba sólo a unos pocos, los trabajadores se movilizaron exigiendo la devolución de la “deuda social”, en términos de mayores salarios y pensiones.

El acantonamiento del gobierno en argumentos de aritmética presupuestaria llevó a la primera huelga general de la democracia, el 14 de diciembre de 1988. Aquella crisis social dejó tocado al gobierno de Felipe González.

¿Por qué las crisis sociales ocurren cuando la economía se recupera y no cuando está en su peor momento? Es debido a que el crecimiento no es como la marea que, cuando sube, eleva por igual a todos los barcos, ya sean yates de lujo o barcas de pesca. Este efecto provoca virajes bruscos en la tolerancia de la sociedad a la desigualdad por parte de aquellos que se ven relegados en el reparto de los beneficios del crecimiento. Ahora estamos asistiendo a uno de esos virajes.

(Getty)

Nuestras sociedades están malhumoradas. Y con razón. Pero no sólo por el aumento de la desigualdad de ingresos y de la pobreza. Es un malhumor más profundo. Se dirige contra el sistema en su conjunto, tanto contra la economía de mercado como contra el tipo de liberalismo no democrático que se desarrolló en las últimas décadas. Las democracias liberales son cada vez menos democráticas y más ­liberales.

Este malhumor social se alimenta de la evidencia cada vez más clara de que dentro de este sistema liberal no democrático hay demasiados techos de cristal, no sólo para las mujeres sino también para los jóvenes y otros grupos sociales. Techos de cristal no visibles pero eficaces, que discriminan a favor de grupos minoritarios y contra la mayoría social.

Estos techos de cristal están haciendo que nuestras sociedades hayan dejado de ser meritocráticas para volver a ser aristocráticas. Una aristocracia que ahora no viene de la tierra, del capital inmueble, como en etapas anteriores, sino del capital mobiliario y de las elevadas retribuciones de un reducido grupo de privilegiados. Esta nueva aristocracia hace que una persona nacida rica acabe siendo rica, al margen de sus méritos individuales; mientras que otra nacida pobre tiene cada vez más probabilidades de ser pobre también de mayor. El ascensor social que funcionó en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial se ha estropeado. Ya no es que no suba, es que sólo funciona hacia abajo.

El problema con el malhumor social es que acostumbra a venir acompañado de ira, resquemor y resentimiento y hasta odio. En un sistema político en que cada persona tiene un voto, esa ira y ese resentimiento llevan a apoyar a líderes populistas. Líderes que aun habiendo ganado elecciones acaban comportándose de forma autoritaria, anulando el pluralismo social e institucional de las democracias liberales.

Frente a las demandas de mayor equidad social, los gobiernos no pueden ­refugiarse en argumentos de simple arit­mética presupuestaria. Necesitamos in- no­vaciones distributivas radicales, innovaciones que operen tanto dentro de la propia economía de mercado –con un mejor reparto de la renta entre salarios y beneficios– como dentro de los instrumentos redistributivos del Estado de bienestar –impuestos y gastos sociales–. De lo contrario, el malhumor social acabará con la democracia liberal y la economía de mercado. Hay que atreverse a pensar estas consecuencias políticas de las sociedades malhumoradas.

por:Antón Costas-Catedrático de Economía de la Universitat de Barcelon



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