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MUSICA

24 de diciembre de 2019

La década de la música se imponen la mezcla de estilos

El cantante Frank Ocean (Instagram)

Por: Redacciòn FM Fleming"Magazine"

si algo define a la escena de las músicas populares de estos últimos diez años es precisamente una cohabitación hasta ahora no vista. El pop y la mezcla de estilos se imponen.

El simple motivo de estas líneas ya es uno de los grandes temas de la música que se ha consumido en estos últimos diez años: que se siga hablando de los álbumes como producto cultural y como vehículo de intercambio entre el creador y aficionado es un pequeño hito. Cuando a comienzos del decenio que ahora languidece eran numerosas las opiniones que predecían la lenta pero inexorable desaparición del álbum como formato, resulta que sigue demostrando una vitalidad incuestionable... aunque en un entorno bien diferente. En un entorno general en donde el consumo de música es mayoritariamente digital –las ventas físicas han sido reemplazadas definitivamente por las visitas y el streaming–, y en donde el tema suelto es la habitual moneda de cambio, el álbum permanece como el espacio donde el creador puede mostrar su creatividad en toda su extensión. Más allá de esto, musicalmente el resumen es sencillo: las barreras estilísticas han desaparecido, para bien o para mal.

Inabarcable escena internacional, donde aparentemente hay para todos y todas, pero que a primer vistazo parece que el pop ha sustituido al rock y que géneros como las denominadas músicas urbanas se ha convertido en protagonistas de primera fila. Como algunas estrellas de la música latina (Bad Bunny) se han convertido en números uno de las preferencias estadounidenses, de público y de artistas locales a la hora de colaborar. Y eso sin olvidar en primer lugar que a lo largo de este decenio el rap se ha encumbrado como uno de los vehículos más exitosos incluso en la escena del jazz. En fin, que las músicas negras, especialmente en la escena anglosajona, se han convertido en el terreno de juego prioritario.

 

El simple motivo de estas líneas ya es uno de los grandes temas de la música que se ha consumido en estos últimos diez años: que se siga hablando de los álbumes como producto cultural y como vehículo de intercambio entre el creador y aficionado es un pequeño hito. Cuando a comienzos del decenio que ahora languidece eran numerosas las opiniones que predecían la lenta pero inexorable desaparición del álbum como formato, resulta que sigue demostrando una vitalidad incuestionable... aunque en un entorno bien diferente. En un entorno general en donde el consumo de música es mayoritariamente digital –las ventas físicas han sido reemplazadas definitivamente por las visitas y el streaming–, y en donde el tema suelto es la habitual moneda de cambio, el álbum permanece como el espacio donde el creador puede mostrar su creatividad en toda su extensión. Más allá de esto, musicalmente el resumen es sencillo: las barreras estilísticas han desaparecido, para bien o para mal.

 

El pop y la mezcla de estilos se imponen

Inabarcable escena internacional, donde aparentemente hay para todos y todas, pero que a primer vistazo parece que el pop ha sustituido al rock y que géneros como las denominadas músicas urbanas se ha convertido en protagonistas de primera fila. Como algunas estrellas de la música latina (Bad Bunny) se han convertido en números uno de las preferencias estadounidenses, de público y de artistas locales a la hora de colaborar. Y eso sin olvidar en primer lugar que a lo largo de este decenio el rap se ha encumbrado como uno de los vehículos más exitosos incluso en la escena del jazz. En fin, que las músicas negras, especialmente en la escena anglosajona, se han convertido en el terreno de juego prioritario.

Pero eso no es exactamente así, porque si algo define a la escena de las músicas populares de estos últimos diez años es precisamente una cohabitación hasta ahora no vista. No sorprende el maridaje del punk desbocado con el rap más cortante, o el del neo soul tan en boga compartiendo lecho con el folk de perfil tierno e íntimo. O que las luminarias del pop tipo Beyoncé trabajen en cercanía con referencias como el líder de Vampire Weekend.

Los ejemplos de Kendrick Lamar , Kanye West y Frank Ocean son incontestables. Este último es uno de los indiscutible candidatos para vislumbrar en él los siguientes pasos de la música negra, entendiendo que el presente es Kanye West y que el pasado lo son nombres como Prince o Stevie Wonder. Si Ocean lo ha testimoniado este decenio con dos álbumes soberbios, como Blonde y Channel orange, algo similar se puede decir de Kendrick Lamar, que también firmó dos obras superlativas como Good kid, maad city y To pimp a butterfly, este posiblemente uno de los imprescindibles de la década.
La eclosión de una nueva generación de voces femeninas con personalidad propia acorde con los tiempos cambiantes también es algo especialmente reseñable.

La fundamental PJ Harvey reflejó con prontitud la situación política en su entorno al alumbrar la trascendental Let England shakee, mientras que una compatriota suya, Adele, convulsionaba la escena vocal con sus condiciones y su genuinidad. En la otra orilla atlántica, la hermana de la mencionada Beyoncé, Solange, deslumbraba en 2016 con A seat at the table, mientras que Taylor Swift se ha consolidado prácticamente como la princesa del pop.
El simple motivo de estas líneas ya es uno de los grandes temas de la música que se ha consumido en estos últimos diez años: que se siga hablando de los álbumes como producto cultural y como vehículo de intercambio entre el creador y aficionado es un pequeño hito. Cuando a comienzos del decenio que ahora languidece eran numerosas las opiniones que predecían la lenta pero inexorable desaparición del álbum como formato, resulta que sigue demostrando una vitalidad incuestionable... aunque en un entorno bien diferente. En un entorno general en donde el consumo de música es mayoritariamente digital –las ventas físicas han sido reemplazadas definitivamente por las visitas y el streaming–, y en donde el tema suelto es la habitual moneda de cambio, el álbum permanece como el espacio donde el creador puede mostrar su creatividad en toda su extensión. Más allá de esto, musicalmente el resumen es sencillo: las barreras estilísticas han desaparecido, para bien o para mal.


Internacional
El pop y la mezcla de estilos se imponen

Inabarcable escena internacional, donde aparentemente hay para todos y todas, pero que a primer vistazo parece que el pop ha sustituido al rock y que géneros como las denominadas músicas urbanas se ha convertido en protagonistas de primera fila. Como algunas estrellas de la música latina (Bad Bunny) se han convertido en números uno de las preferencias estadounidenses, de público y de artistas locales a la hora de colaborar. Y eso sin olvidar en primer lugar que a lo largo de este decenio el rap se ha encumbrado como uno de los vehículos más exitosos incluso en la escena del jazz. En fin, que las músicas negras, especialmente en la escena anglosajona, se han convertido en el terreno de juego prioritario.


Pero eso no es exactamente así, porque si algo define a la escena de las músicas populares de estos últimos diez años es precisamente una cohabitación hasta ahora no vista. No sorprende el maridaje del punk desbocado con el rap más cortante, o el del neo soul tan en boga compartiendo lecho con el folk de perfil tierno e íntimo. O que las luminarias del pop tipo Beyoncé trabajen en cercanía con referencias como el líder de Vampire Weekend.


Los ejemplos de Kendrick Lamar , Kanye West y Frank Ocean son incontestables. Este último es uno de los indiscutible candidatos para vislumbrar en él los siguientes pasos de la música negra, entendiendo que el presente es Kanye West y que el pasado lo son nombres como Prince o Stevie Wonder. Si Ocean lo ha testimoniado este decenio con dos álbumes soberbios, como Blonde y Channel orange, algo similar se puede decir de Kendrick Lamar, que también firmó dos obras superlativas como Good kid, maad city y To pimp a butterfly, este posiblemente uno de los imprescindibles de la década.

El cantante Frank Ocean

El cantante Frank Ocean (Instagram)

La eclosión de una nueva generación de voces femeninas con personalidad propia acorde con los tiempos cambiantes también es algo especialmente reseñable.

La fundamental PJ Harvey reflejó con prontitud la situación política en su entorno al alumbrar la trascendental Let England shakee, mientras que una compatriota suya, Adele, convulsionaba la escena vocal con sus condiciones y su genuinidad. En la otra orilla atlántica, la hermana de la mencionada Beyoncé, Solange, deslumbraba en 2016 con A seat at the table, mientras que Taylor Swift se ha consolidado prácticamente como la princesa del pop.


PJ Harvey, en un concierto de 2017 en el Poble Espanyol de Barcelona

PJ Harvey, en un concierto de 2017 en el Poble Espanyol de Barcelona (Cristina Gallego)

Y el rock ni ha desaparecido ni se ha convertido en segundo plato, aunque su protagonismo en los medios de consumo musicales actuales y las estrategias discográficas (temas sueltos, a menudo con apoyatura visual) ha mermado su difusión masiva. Ahora bien, sigue siendo a escala global el mayor estilo de consumo en festivales. Una manera de concebirlo desde la veteranía siempre atenta al yo y al entorno la firmaron David Bowie en su póstumo Blackstar o Nick Cave en su sombrío Ghosteen, y otra puede ser la refrescante –desde una perspectiva bien popera– de los Vampire Weekend. En cualquier caso, quizás la apuesta más hedonista de lo que ha sido la música de estos diez años haya sido la firmada por los franceses Daft Punk. Allí dentro se puede encontrar, no por casualidad, la buenrollista Get lucky. Al fin y al cabo, de eso se trata.



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