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ECONOMIA Y POLITICA

2 de octubre de 2016

Què importe del sueldo se lleva la AFIP

El INDEC acaba de informar que hay, que tenemos, 13 millones de pobres. Fue un shock, aunque nadie podía ignorar la cada vez más ancha, inquietante brecha social ni la muy desigual distribución de los ingresos, porque saltan allí donde se mire.

 

Pero no es igual tener la percepción de un problema, así sea muy clara, que tener una medida del problema. La estadística es eso y también un insumo clave en la definición de las políticas públicas. O la nada misma, cuando se la trampea o directamente se la entierra.

Un informe interno del Banco Central pone en formato fiscal la presión impositiva sobre los sueldos y la muy despareja distribución de los ingresos. Una conclusión resulta impresionante: aunque ganen muchísimo menos, quienes ocupan los escalones inferiores de la pirámide salarial pagan proporcionalmente muchísimo más en impuestos que aquellos ubicados en los pisos superiores.

Los números cantan que el 52,6%, casi la mitad del sueldo bruto de trabajadores que cobran 6.000 pesos se lo lleva el Fisco. La misma relación dice 41,6%, once puntos porcentuales menos, para salarios de 86.000 pesos.

En un caso, tras pasar por la AFIP quedan disponibles algo más de 3.000 pesos y en el otro, casi 36.000. Si un sueldo de $ 6.000 parece poco representativo, podrá advertirse que la presión fiscal es grande en el medio de la tabla.

Y mucho mayor si al informe del BCRA se le agregan los gravámenes provinciales y las tasas municipales. Según el Iaraf, un instituto especializado en el análisis de las cuentas públicas, la carga completa estaría entre el 47,5% y el 57,9% del ingreso total de una familia. Visto de otra manera, un asalariado formal debe trabajar de 173 a 211 días para cumplir con obligaciones tributarias en los tres niveles de gobierno.

 Cómo se reparten los ingresos en versión fiscal

Uno remite al llamado impuesto inflacionario, aquel que pagan en desvalorización de sus sueldos quienes no tienen capacidad de ahorro y deben manejarse con dinero en efectivo. Mucho en los escalones inferiores y cada vez menos hacia los pisos de arriba, cuando crecen la posibilidad de cubrirse de la inflación ahorrando en bienes y activos que no pierden valor o pierden menos.

Casi calcado o directamente calcado es lo que ocurre con el IVA, un impuesto al consumo, regresivo porque además de alto grava por igual a $ 10.000 que a $ 80.000. De nuevo, mucha carga abajo y menos a medida que la curva de los salarios sube.

Un caso raro, definitivamente raro, aparece en los aportes de los trabajadores al sistema previsional, cuyo peso sólo se achica justamente en tramo superior de la tabla Otro despropósito del sistema fiscal: paga más el que cobra $ 6.000 o 10.000 que quienes pasan los $ 60.000.

Ganancias es el último de los cuatro impuestos del cuadro elaborado por los equipos del Banco Central. Y aquí se ve que, al fin, la vara toca a los pisos superiores de la pirámide salarial; al gusto de algunos funcionarios, una prueba de progresividad que desbarataría los reclamos sindicales En realidad la controversia no ancla ahí, sino en las escalas de las alícuotas y en las deducciones. Pues eso determina que muchos asalariados deban afrontar hoy la tasa mayor del 35%.

Así no sean responsables, nada de todo esto es desconocido por la entidad donde fueron hechas las cuentas ni por su presidente, Federico Sturzenegger. Y podría agregarse: tampoco en otros ámbitos importantes del Gobierno.

Pero hay un punto que lleva agua al molino de Sturzenegger y que por lo mismo no parece ajeno a su interés: la magnitud que la carga del impuesto inflacionario significa para los sectores de menores recursos.

Cualquiera sabe que eso es remachadamente cierto, solo que también es cierta la puja que el jefe del BCRA mantiene con hombres fuertes del Gabinete nacional. El eje pasa por el efecto económico de la política monetaria restrictiva y las altas tasas de interés, instrumentos básicos de la lucha contra la inflación.

¿Y qué ocurre con el impuesto al trabajo en otros países?

Datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) revelan que en América latina sólo en Brasil la presión supera a la de Argentina y que la nuestra es mayor a la de Uruguay, Chile y al promedio de la región.

No está muy lejos de la media registrada en la OCDE, en muchos sentidos un club de ricos, aunque cabe una aclaración nada intrascendente. En ninguno de todos los casos está incluido el impuesto inflacionario, lo cual equivale a decir mucho cuando juega una inflación como la argentina.

Varias cosas son parejamente ciertas.

Una es que el desquicio viene de antes. Fue amasado y nunca resuelto durante el ciclo kirchnerista, sino ampliado.

Vale insistir en otra, que es parte del mismo paquete y queda clara en el cuadro del Banco Central. Explicita cuánto pesan sin escapatoria los impuestos en los salarios más bajos, una muestra evidente de cómo se distribuyen los ingresos.

Una más, que aun cuando fuese aliviado el impacto de Ganancias queda una anchísima franja de trabajadores atrapada por el resto del torniquete fiscal.

Tarea para quienes, dentro del Gobierno, han empezado a definir los alcances de una reforma tributaria integral. Pero al menos de momento no cabría hacerse demasiadas ilusiones por este lado.

Los cambios apuntan a impuestos nacionales y provinciales considerados distorsivos de la actividad y la productividad económicas; entre otros, el cheque e ingresos brutos. El problema es que con las cuentas muy apretadas, nadie está hoy para resignar recursos.

Un ejemplo salta en la modesta reforma a Ganancias de 2017 acordada con los gobernadores. El costo, compartido, fue calculado en $ 27.000 millones. Y sobre la magnitud del cambio hablan los $ 50.000 millones que representó la suba del mínimo no imponible de este año.

Por eso, Alfonso Prat-Gay, el Gobierno mismo, debe afinar el lápiz antes de responder el reclamo de la CGT de que el medio aguinaldo sea eximido de Ganancias. Tanto él como los gobernadores.

Ya fuera de cualquier debate, el hecho es que la presión impositiva va de récord en récord, sumando Nación, provincias y municipios. Esto sí va derecho a la cuenta del kichnerismo, que mantuvo todo lo que había, aumentó lo que había y le añadió cosecha propia. Y más: usó los recursos según conviniese a su proyecto político.

El objetivo, fue abastecer las necesidades de un Estado cada vez más grande, lo cual no es en sí mismo ni bueno ni malo.

La cuestión de siempre es en qué se gastó la plata. Y si de eso se trata, basta ver cómo funcionan los servicios provistos por el Estado, la crisis energética y el deterioro de la infraestructura económica y social.

O peor, lo que se conoce y lo que falta conocer: desde el enriquecimiento de Lázaro Baez y los bolsos de José López, hasta el meteórico ascenso de los amigos del poder. Las firmas siguen, interminables.

Así fueron, por dentro, el Estado presente y la verdadera distribución de los ingresos en la era K.

Fuente:Alcadio Oña



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