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10 de noviembre de 2016

De la torre de cristal a la Casa Blanca

Donald Trump llega a la presidencia de los Estados Unidos con la idea de que ha gestado un movimiento político. Los votos que obtuvo el magnate republicano se advierten transversales. Hoy mismo arranca la transición con Barack Obama.

Ayer, Donald Trump salió de su torre de cristal en Nueva York convertido en presidente de los Estados Unidos; hoy, irá a la Casa Blanca, en Washington, a cumplir la formalidad de iniciar de inmediato la transición con quien le entregará el mando en enero, Barack Obama.

Atrás habrá dejado a los demócratas y a su abanderada, Hillary Clinton; a su propio partido, el republicano; a los prejuicios de la prensa y a los encuestadores.

En el camino, nada de esto le importó: siguió adelante aun cuando se le cruzó un escándalo por el video en el que se jacta de manosear mujeres, el cual pudo dejarlo mal parado. Nunca se puso a la defensiva. Más bien prefirió, como los boxeadores, sacar mandobles para tratar de frenar la embestida.

Es que, bien lejos de la campaña, había una mitad de la sociedad estadounidense que apenas si podía disimular sus deseos de cambiar, de castigar a un poder político que le daba demasiado poco de todo lo que le prometía.

No era nuevo. Ocho años antes, miles salieron a las calles para proclamar que habían elegido a un hombre que les prometía, justamente, un giro en la historia: Obama.

“Por supuesto, rápidamente quedó claro que Obama había ganado en una nación dividida, hambrienta de cambio, pero también desconfiada de la autoridad, que sospechaba de casi todo”, recuerda hoy Marc Fisher, columnista de The Washington Post.

La grieta fue reconocida ayer mismo por Hillary, en una carta en la que agradeció el apoyo de sus seguidores y pidió una oportunidad para Trump. “Hemos visto a nuestra Nación dividida más profundamente de lo que pensamos”, se sinceró la candidata derrotada.

¿Trump llegó por lo que propuso: mucho, inconexo y hasta dañino para mucha gente? ¿O Trump es tan sólo el instrumento circunstancial de un mensaje que los disconformes querían darle al establishment político?

Por desgracia, no hay una respuesta unívoca. Puede ser ambas cosas, en proporciones por ahora desconocidas.

Es evidente que a los votantes del empresario de bienes raíces les importó nada que los viejos políticos republicanos, los académicos, los empresarios, los artistas y los deportistas no respaldaron a Trump. O quizá esa ausencia de poder en torno de Trump los arrojó en sus brazos porque lo sintieron distinto.

Trump advirtió que esa gente sentía ajenas y lejanas las reglas de la política tradicional, con sus campañas estructuradas, su lenguaje correcto y una enorme dosis de hipocresía personal.

Y que, por cierto, él mismo podía empujar un poco más hacia el abismo a ideologías tradicionales. No le preocupó que para validar esas ideas tuviera que resignar lo que debería ser un valor intrínseco en el contrato dirigente-representados: la verdad.

“Él definió las elecciones como un levantamiento popular contra todas las instituciones que había debajo y se mofó de ellos: los políticos y las fiestas, el establishment de Washington, los medios de comunicación, Hollywood, academia, todos los sectores ricos y de alto nivel de educación de la sociedad”, describió Marc Fisher en The Washington Post .

También les dijo a los votantes que volver al viejo estilo de vida norteamericano, con la recuperación del empleo, requiere una economía que se sitúe un paso antes de la globalización.

Por cierto, les planteó que sería un error sentir nostalgias de tiempos que fueron para el olvido. “Quiero que el mundo nos devuelva lo que le hemos dado”, dijo el año pasado.

Claro que una campaña electoral habilita un juego de seducción en el que se permiten promesas que, ya en el poder, chocan contra la realidad de la acción de gobierno. Es dudoso que tanto pragmatismo duro, sin matices, alimentado por un ego desenfrenado y desvergonzado, alcance para conducir la Casa Blanca.

Trump ha dicho que lo suyo no fue una campaña electoral; fue, en su visión, la parición de un movimiento, un concepto que muchas veces esconde ideas mesiánicas.

Si se analiza el comportamiento de los votantes, se descubren algunas pistas de quiénes fueron los que pusieron a Trump en la Casa Blanca.

Blancos sin estudios superiores. Se calcula que un 40 por ciento de ellos votó por Trump. Un poco por debajo estuvieron los desempleados.

Minorías étnicas. Si bien Hillary ganó entre los negros y los norteamericanos de origen latino, lo cierto es que no logró hacer una diferencia suficiente para sacarle ventaja global a Trump. En esos grupos, logró menos apoyo que Obama cuatro años atrás.

Religiosos. Según The Washington Post , los cristianos practicantes rompieron una costumbre que traían desde 2004 y volvieron a votar a un republicano. Se calcula que Trump logró más del 81 por ciento de apoyo en este grupo, mientras que a Hillary Clinton fue el 16 por ciento.

Mujeres. Hillary planteó su candidatura desde el género. Por eso, había un permanente llamado a sus congéneres para que la convirtieran en la primera mujer presidente. Pero no logró quitarle todas las mujeres a Trump. De hecho, 78 por ciento de las conservadoras se quedaron con el ahora presidente, reveló la emisora NBC. Ni siquiera el video del escándalo menguó ese respaldo.

Transición gradual

Hoy mismo, Trump pisará la Casa Blanca para iniciar la transición con Obama. El hecho tendrá una alta carga de gestualidad, porque en realidad, de manera silenciosa y subterránea, miembros de la administración Obama ya tuvieron encuentros con representantes de los equipos de Clinton y Trump en los últimos meses, para asegurar que la transición sea gradual. Obama puso de ejemplo su experiencia con el expresidente George W. Bush.

Elegido Trump, nadie quiere que se haga realidad el título de la revista The New Yorker : La tragedia americana.

Agencias EFE-Reuters



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