ECONOMIA
21 de noviembre de 2016
El resurgir de los artesanos
La revolución tecnológica ha impulsado una nueva artesanía que va más allá del trabajo manual, que utiliza máquinas y saca partido de las posibilidades de Internet.
Si John Ruskin levantara la cabeza, se sentiría probablemente esperanzado. El escritor inglés fue uno de los intelectuales del siglo XIX que defendió con mayor pasión la producción manual como reacción al dominio de las máquinas que emergió con la revolución industrial. Hoy, 150 años después, Ruskin podría apreciar —con muchos matices, porque él abogaba en esencia por volver a los gremios medievales— la resurrección de un antiguo modelo de negocio: el artesanal. En las primeras décadas del siglo XXI han florecido multitud de iniciativas que han impulsado la fabricación de productos a la antigua usanza, como la cerveza, símbolo de esta transición. ¿Regreso a un idílico pasado artesano o mero disfraz mercadotécnico?
En el centro de la ciudad es fácil comprar pan de masa madre, chocolate hecho a mano, helado artesano o una caña elaborada en el propio el bar. La promesa de un producto natural, “hecho 100% con amor”, engancha. La conversión de un alimento básico en una delicatesen gastronómica —a veces quizá con demasiadas pretensiones— es una muestra de una nueva artesanía emergente, si bien es bastante minoritaria en un mercado dominado por las grandes marcas y, además, no suele estar al alcance de todos los bolsillos.
Esta tendencia dice de nuestra economía, y de la sociedad, más de lo que puede parecer. Cabría pensar que la revalorización de lo artesanal responde a una reacción anticapitalista, a una rebelión contra la producción en masa. Pero en realidad se trata de un fenómeno con características propias, vinculado a los avances tecnológicos y a una sociedad que valora las cosas que pretenden ser especiales, sostenibles y locales, y que siente cada vez una mayor desafección por las grandes marcas.
Una de las iniciativas más reseñables es la producción de cerveza artesana en un mercado dominado por las firmas consolidadas. En España, el número de microfábricas que se dedican al lúpulo ha pasado de 21 a 361 entre 2008 y 2015, según la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición.
En su fábrica de Las Rozas (Madrid), César Pascual explica cómo él y otros tres socios fundaron en 2011 Cervezas La Virgen con el afán de “crear cosas tangibles”. “Nuestro objetivo es fabricar una cerveza local, con gustos de aquí, con la que el consumidor se identifique”, explica. “Tardamos hasta dos meses en elaborar nuestra lager, mientras que una industrial puede estar lista en una semana”, asegura. “No decimos que una cerveza industrial sea mejor o peor, pero pensamos que puede haber una alternativa para la gente que valora las cosas naturales; nuestra cerveza no está pasteurizada y respetamos los tiempos de fermentación”.
El ‘crowdfunding’, los servicios de diseño asistido por ordenador y las impresiones en 3D ayudan a sacar adelante algunos proyectos
Pese a lo que se podría pensar, la fábrica de La Virgen no es rudimentaria. Sus propietarios han sacado provecho de la tecnología para mejorar los procesos y reducir, por ejemplo, las mermas. Otra prueba de que el actual movimiento artesano es diferente es que no busca destruir la máquina, como ansiaban los obreros del ludismo en la Inglaterra del siglo XIX, sino colaborar con ella. “Los pequeños productores tienen más acceso a equipos mejores y más baratos y contactan con más proveedores por Internet”, asegura por correo electrónico Larry Downes, economista de la Universidad de Georgetown (Washington) y coautor del libro Big Bang Disruption, sobre el impacto de lo digital en la economía.
La revolución tecnológica, aunque resulte paradójico, ha hecho rentable lo que antes no lo era y ha acortado las distancias. “El mercado artesanal es pequeño y está diseminado, lo que dificulta el contacto con el comprador. Internet soluciona este problema de forma barata y eficiente”, explica Downes.
Los oficios artísticos han encontrado un gran espacio en la Red. Un caso paradigmático es el de Etsy, una web que demuestra que el resurgir artesano no es despreciable. Fue fundada en 2005 en Brooklyn para poner en contacto a joyeros, diseñadores de bolsos y ebanistas con clientes en todo el mundo. El año pasado se intercambiaron productos por 2.200 millones de euros a través de Etsy. La alemana DeWanda es otra plataforma conocida. El éxito de esas webs ha sido tal que Amazon y eBay han abierto un departamento para artesanos. Otra vía que facilita la distribución es la proliferación de pequeños supermercados especializados.
Una de las grandes barreras de los pequeños productores, la búsqueda de financiación, se puede superar gracias a otro fenómeno reciente, el crowdfunding —Camden Town Brewery, una de las mayores cervezas artesanas de Londres, recaudó 2,75 millones de libras el año pasado—, mientras los nuevos servicios de diseño asistido por ordenador e impresión 3D permiten sacar adelante determinados proyectos.
Pero si se puede recurrir a una impresora 3D, ¿qué es entonces la nueva artesanía? Va mucho más allá del trabajo manual. La definición que da la Unesco deja la puerta abierta a más de una interpretación y algunos la consideran desfasada: sus criterios apuntan a “productos hechos a mano, o con la ayuda de herramientas o hasta máquinas, siempre y cuando la contribución manual directa del artesano se mantenga como el componente sustancial del producto acabado”.
Para Downes, se trata más bien de una mejora en la especialización del trabajo, experimentada en los últimos 20 años gracias a los avances tecnológicos. El sociólogo Richard Sennett describe al artesano moderno como una persona que no tiene necesariamente que trabajar con sus manos, sino que realiza su labor con entrega, alguien a quien le importa que las cosas se hagan bien.
Según Rocío Muñoz, creadora de la web La Real Fábrica, que vende productos realizados en España por pequeños productores, “lo artesanal está hecho en pequeñas tiradas, tiene encanto frente al made in China y aporta una historia personal”. Cuando compras mantas de Val de San Lorenzo (León), estás comprando la historia de la persona que las fabrica. “Sabes quién está detrás”, dice.
Uno de los elementos comunes es que, detrás de cada uno de esos productos, suele haber una historia personal; sabemos quién está detrás
O no. Al menos, no del todo. Ha habido algún caso de producto artesanal que ha resultado ser menos natural de lo que prometía. El año pasado, la prensa estadounidense se hizo eco de una información que aseguraba que el chocolate de los Mast Brothers —dos hermanos de Nueva York— estaba hecho con una base de cacao industrial. Ellos respondieron que solo lo utilizaron en los inicios y como cobertura de chocolate de algunas recetas.
No faltan dudas sobre la autenticidad de algunos productos. “Creo que, en general, la nueva artesanía no es una estratagema de marketing”, opina Julián Villanueva, profesor y director del departamento de marketing de la escuela de negocios IESE. “Existe un mercado para esos productos y los artesanos sacan partido de él. Se trata de tener algo diferente, que nos conecte con su productor, con sabores nuevos”, añade. El consumidor es heterogéneo y está “de vuelta de todo”, en un mundo cada vez más saturado de productos.
En los años sesenta, la publicidad defendía que la producción en masa era democratizadora, accesible a todos. Hoy se incide en una estética que aspira a ser personal y saludable. Y esta tendencia va más allá de la artesanía. También ha sido adoptada entre las grandes marcas (que, a modo de ejemplo, han convertido el plan de molde en “pan rústico”), una señal clara de que lo artesano es un mercado florenciente.
La supervivencia de los relojes tradicionales suizos, tras años de agonía por la competencia de los digitales, es otra prueba de ello. “Un reloj inteligente da la hora de forma más precisa que un Patek Philippe, pero este es competitivo en otros aspectos”, puntualiza Downes. No siempre compramos un producto porque proporciona la solución más eficiente a un problema.
Habilidades humanas
Convertirse en artesano puede ser, por otra parte, beneficioso para la salud. “Hay investigaciones que respaldan que hacer cosas con las manos, tener un trabajo gratificante, disfrutar de cierta autonomía nos ayuda a ser felices. A los pacientes deprimidos se les suele recomendar la jardinería o la pintura. Es una terapia para huir de las pantallas, que producen estrés mental. Desde la II Guerra Mundial, cada vez trabajamos menos con nuestros cuerpos”, afirma en una entrevista telefónica William Davies, sociólogo y economista de la Universidad de Londres, autor de La industria de la felicidad (Malpaso).
La artesanía ayuda a alcanzar ese estado en el que una persona está concentrada en lograr una cosa, es un estado de calma y de ausencia de tiempo en el que solo importa lo que se está haciendo en ese momento. Ese “estado de flujo” es lo más parecido a la felicidad, según el psicólogo positivista Mihaly Csikszentmihalyi, director del Centro de Investigación de Calidad de Vida de la Universidad de Claremont (California). La música, el dibujo, la meditación, la lectura o pintar el dormitorio son otras actividades que pueden alegrarnos el día.
Artesano trabajando la madera.ampliar foto
Artesano trabajando la madera. GETTY
En su ensayo El artesano (Anagrama, 2009), el sociólogo Richard Sennett reivindica la revalorización del trabajo artesanal como respuesta al empleo deshumanizado. Para el intelectual, un carpintero es un artesano, pero también pueden serlo un músico y un técnico de laboratorio. Lo que cuenta es que les importe hacer bien su trabajo por el mero hecho de hacerlo bien. Se calcula que se requieren 10.000 horas para ser experto en algo. “Es el tiempo que los investigadores estiman necesario para que habilidades complejas se arraiguen con profundidad suficiente para utilizarlas sin esfuerzo, para convertirse en conocimiento tácito”, destaca el profesor de la New York University y la London School of Economics.
En el caso de la habilidades como tocar el violín (Sennett estudió música de manera profesional), interpretar una y otra vez una partitura no es tan rutinario y mecánico como se podría pensar: cada vez se van adquiriendo matices que hacen progresar al músico. Por eso advierte del peligro que la inteligencia artificial supone para el desarrollo de las habilidades humanas en general: “La máquina inteligente puede separar la comprensión mental humana del aprendizaje manual, instructivo, repetitivo. Cuando esto se produce, las capacidades conceptuales humanas se resienten”.
Lo que el físico Victor Weisskopf les dijo a los estudiantes del MIT que trabajaban únicamente con experimentos informatizados puede resultar muy esclarecedor: “Cuando me mostráis ese resultado, el ordenador comprende la respuesta, pero no creo que vosotros la comprendáis”.
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