SOCIEDAD
21 de noviembre de 2016
Para concretar la igualdad el cambio debe ser cultural
Sobre la necesidad de deconstruir los esquemas que ubican a las mujeres en un lugar de inferioridad
Mientras las mujeres y los movimientos feministas han logrado, a fuerza de militancia, poner en la agenda de los medios y en las conversaciones cotidianas a la violencia de género, lo cierto es que a las mujeres nos siguen asesinando. Una de nosotras es asesinada cada 26 o 27 horas. Una de nosotras no "pierde la vida", se la arrebatan.
Durante la semana del 25 de noviembre —Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres— no sólo marcharemos, además vamos a manifestarnos en distintos puntos de denuncia de la ciudad, en esos lugares clave donde deberían tomarse algunas decisiones políticas e históricas que nos colocaría en una situación real de igualdad; que nos consideraría como verdaderas sujetas de derechos. Juntas, porque sabemos que cuanto más luchamos por nuestros derechos, se recrudecen las violencias.
La ley 26.485 para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres menciona cinco tipos de violencias: física, psicológica, sexual, económica y simbólica; y seis modalidades: doméstica, institucional, laboral, contra la libertad reproductiva, obstétrica y mediática.
Es decir, las mujeres estamos expuestas a situaciones de violencia todos los días y en todos los lugares que transitamos. Violencias que son naturalizadas, justificadas y hasta comprendidas por gran parte de la sociedad. Situaciones donde terminamos siendo juzgadas y analizadas con el objetivo claro de encontrar "el motivo" por el cual nos pasó lo que nos pasó: si transitamos por determinados lugares "solas" —sin un varón—, si nos vestimos de determinada manera, si hacemos, si no hacemos, si decimos o no. Si nos cuidamos. Ese es el mensaje: si una mujer es víctima de violencia —en cualquiera de sus formas— es porque no sabe cuidarse. Desde pequeñas se nos enseña a "cuidarnos", a jugar juegos de nenas, a maternar, a estar lindas, a consumir; poco se nos habla de nuestros derechos y de la igualdad, de conocer nuestros cuerpos, del placer y de la libertad de elegir.
Hace unos días se cumplieron diez años de la sanción de la ley 26.150 de educación sexual integral (ESI) y hubo un #AgitazoPorLaESI en varios puntos del país. Es que es imprescindible que empecemos a hablar con las niñas, niños y adolescentes de las cosas que hay que hablar; porque necesitamos desarmar estereotipos y permitirles crecer en libertad. Desandar el camino del "deber ser", tanto para mujeres como para varones, que nos coloca, y nos ha colocado siempre, en la cocina o desnudas en un programa de televisión para ser consumidas.
Palabras que hay que decir
Necesitamos decir las palabras que hay que decir; decir patriarcado, para explicar que vivimos en un sistema político y social donde el poder lo ejercen los varones como grupo, tanto en la estructura familiar como en el mundo público, y donde la diferencia sexual se transforma en desigualdad social.
Todas las sociedades que conocemos son patriarcales. En ellas los modelos que se proponen, se enseñan y se transmiten para mujeres y para varones son opuestos, desiguales y jerárquicos; modelos que definen de manera "natural" a unos y a otras en función de determinados rasgos.
Estas desigualdades atraviesan también a las instituciones.
Hablemos de género
Las sociedades van definiendo qué es lo femenino y qué lo masculino, y en función de eso aprendemos desde la infancia a ser varones o mujeres. Lo socialmente considerado masculino o femenino se compone de un entramado social, cultural e histórico que va determinando el "deber ser" o el comportamiento esperado. Este "deber ser" surge desde el momento del nacimiento —o tal vez un poco antes a través de las ecografías— en el que, con solo mirar los genitales, se trata de establecer de una vez y para siempre si se es varón o mujer, y en base a eso se sostendrán modelos homogéneos de masculinidades y feminidades únicos y excluyentes de cualquier disidencia, que condicionarán el desarrollo personal comenzando por la forma diferenciada en la que tratamos a una niña de un niño.
La masculinidad hegemónica —es decir, dominante— que es propia del sistema patriarcal, coloca a las mujeres en un lugar de inferioridad, pero también establece relaciones de dominación con respecto a los varones gays y varones trans. El "deber ser" incluye la heteronormatividad, muestra a la heterosexualidad como única orientación sexual posible y sanciona y coloca en un lugar subalterno a otras orientaciones sexuales, expresiones e identidades de género.
Sin ESI no hay #NiUn*menos. Los estímulos que reciben niñas y niños de cómo comportarse, qué roles cumplir, qué cosas les tienen que interesar y cuáles no, están estrechamente relacionados a lo considerado como femenino o masculino socialmente. Esto les transmitimos, pero si trabajamos, tanto desde la educación formal como desde la informal, para deconstruir y modificar los patrones socioculturales de conductas podremos contribuir a un cambio cultural donde, desde la infancia, tanto niñas como niños puedan sentirse libres y sujetas y sujetos de derechos.
La violencia contra las mujeres se expresa de muchas maneras, desde el acoso callejero —donde no importa cómo nos haga sentir eso, alguien se cree con derecho a opinar sobre nosotras—, la negación a poder decidir sobre nuestros propios cuerpos, como si les pertenecieran al Estado o a las iglesias, la negación del acceso en igualdad de condiciones a la política y a los lugares de trabajo y muchas situaciones más que, de tan cotidianas, las hemos naturalizado. La trata de personas y el femicidio, las formas más extremas de la violencias de género, son el correlato de todas las otras violencias.
Para concretar la igualdad tenemos que enfrentar, entre todas y todos, los aspectos sociales y culturales que ubican a las mujeres en un lugar de inferioridad, y deconstruirlos.
El cambio debe ser cultural, pero para eso tal vez debamos aprender como sociedad a poner la indignación y las exigencias donde debe estar.
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