SOCIEDAD
23 de febrero de 2017
Murió Otilia, la fiel secretaria de Francisco
La mujer estuvo al lado de Jorge Bergoglio hasta que se convirtió en Papa. Tenía 80 años, al igual que el sumo pontífice.
María Otilia Sainz fue la secretaria histórica de Jorge Mario Bergoglio. Tenían la misma edad. Ella cumplió 80 el pasado 25 de mayo. Ese mismo día, como lo hizo durante 50 años de amistad, la llamó para saludarla. Una incondicional que a los 76, después que el cardenal fue el Papa Francisco, dejó de trabajar.
Antes tomo la precaución de ordenar papeles, documentos, efectos personales que quedaron en la oficina y el cuarto de quien a partir del 13 de marzo de 2013, para el mundo entero, fue Su Santidad. La discreción era su cualidad, que nunca fue incompatible con su sentido del humor.
Tuvimos una inmediata empatía en cuanto nos conocimos. Con un sol radiante, ella decía: "Nos vamos con Alicia a ver si llueve" y bajábamos a fumar a la calle. Nosotras repetíamos ese ritual en la curia, en mi casa cuando comimos matambrito, su plato favorito que con tanto amor preparaba para ella, y en Roma.
La risa de Otilia era tan contagiosa que quedó riendo para siempre en la catedral. Imposible entrar y no oírla. Cada vez que volvía de viaje, antes de escribir me comunicaba con ella para relatarle en detalle todo acerca de Francisco.
Un día me comentó que cuando alguien le dejaba rosas blancas era porque seguro él le había estado rezando a Santa Teresita. Le conté que había comenzado la novena y me dijo: "Qué bueno, no te va a soltar nunca". De una sensibilidad social poco habitual, entregaba sus horas libres a la catequesis.
Su parroquia era la Virgen de Itatí, donde la despidió el cardenal Poli, con una misa de cuerpo presente. Después de su visita a Roma, volvió cargada de rosarios papales y me decía: "Los llevo para la popular", porque los repartía con un amor inconmensurable.
En su casa, junto a Lina, su hermana, que cocinaba un vitel toné exquisito con el corte de carne palomita, generosas entre las dos me enseñaron el secreto de atar con piolín, cocinar para después rebanar en rodajas finas con una pequeña máquina de cortar fiambre.
No paré hasta conseguirla, me costó. Cuando pude preparar la receta, Otilia me dirigía desde el otro lado del teléfono. Estaba tan contenta, feliz, con esas pequeñas cosas que a uno lo llenan de energía en la vida cotidiana. En Roma, el tiempo libre que tenía, junto a Hernán, mi marido, y Federico Wals, un colega a quien ella quería mucho, lo dedicábamos a pasear juntos por el café Greco de Piazza Spagna o ir a comer al Tucci de la Piazza Navona.
Cada vez que tenía que mandarle un mensaje a Francisco, le decía al padre Fabián Pedacchio, su privadísimo secretario, que ni siquiera lo imprimiera, que pasara rápido y que no hacía falta que le contestara porque sabía que no tenían ni un minuto de tiempo.
Otilia era una persona que no pesaba. Sólo voy a dejar testimonio de una frase que no es una infidencia. En una de esas idas y vueltas a Roma, me comuniqué un poco angustiada, por esos enemigos del Papa, de los sectores más recalcitrantes de la jerarquía eclesiástica, y ella me respondió: "Nena, no te hagas problema, cuando estos van, Jorge ya vino quinientas veces".
Hay personas que no mueren nunca porque pasan a la inmortalidad en la memoria de sus amigos. Otilia debe estar conversando con San José, Santa Teresita y San Francisco, haciendo de las suyas.
Fuente Alicia Barrio
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