La noche de este 22 de enero será siempre recordada porque -durante cinco minutos- tuvieron contra las cuerdas al 13 veces campeón de Europa. Bendito nuevo formato, bendita Copa del Rey.

Bale y Brahim, con la ayuda de James y Areola, fundamentales en la victoria del Real Madrid contra Unionistas. Buena actitud y titulares en los blancos.

Lo primero que sorprendía era la titularidad de Casemiro, que ya está claro que lo va a jugar todo este campeonato. El once de Zidane era serio, sin concesiones, y recuperaba a los olvidados James y Bale. Fueron ellos, amnistiados, los que se organizaron el 1-0. Un pase de James, una cesión candorosa de Góngora (la defensa de Unionistas tenía un Zubiri y un Góngora) y un control y colocación con la derecha de Bale completamente solo. Pocas alharacas en Bale, pero ¿cómo debe celebrar un gol contra un 2ªB el autor de auténticos goles de campeonato?

El juego del Madrid no era brillante, pero el aficionado podía encontrar entonces una voluptuosidad, una razón para el gozo íntimo en ver a su equipo manteniendo la puerta a cero.

La actitud del Madrid, alejada de Alcorconazos y noches así, sí blandeó un poco a medida que se acercaba el descanso, cuando los espacios que surgían preludiaban el cansancio local. La eliminatoria seguía viva en los gritos de la hinchada, protagonistas de una recreación del fútbol tal cual fue: una afición propietaria, un campo, un cierto carácter.

Al inicio de la segunda parte, James, llegador instintivo, pudo rematar su reaparición con una ocasión clara que le paró bien Brais.

Y Bale, con molestias, fue sustituido por Brahim. El partido era como un resumen en miniatura de su vida en el Madrid: extrañeza, una extrañeza como deslocalizada, una especie de despiste extraterrestre, el gol fundamental y el impedimento muscular. Suficiente para que le puedan criticar, suficiente para estarle agradecido.

Pero el Madrid, entretenido con esto, no había vuelto del todo al partido y el chispeante Romero, desde el banquillo, empató con una rápida jugada en la que llegó al área libre de adherencias.

El Madrid se tensó de nuevo y casi de forma inmediata marcó con una aparición de magnitud Champions de Marcelo que remató Brahim. La baraka zidanesca: marcaban los olvidados. ¡Todo le sale bien!

Pero el partido seguía abierto, el Madrid, muy directo, buscaba el tercero con un Marcelo muy ofensivo (hecho ya 10) y permitía los contragolpes locales. De la Nava forzó así una parada de Areola.

La sensación de emoción tenía algo de ilusión, de velo para la esperanza antimadridista, porque de un intercambio de golpes entre los dos equipos solo podía esperarse un resultado.

Sin embargo, le faltaba acierto al Madrid y Benzema, inhibido ante la portería como si tuviera una relación familiar con el portero, se iba por Jovic, que fallaría una infallable.

El Madrid estaba a nada del susto (Areola paró con mérito un peligroso remate de De la Nava), pero se aplicó para no sufrir al final como quien se agarra a la silla del dentista. Brahim tuvo un palo y luego logró el tercero con una gran jugada personal en la que hizo un regate genialoide e inverosímil que hubiera dislocado el menisco o el tobillo a cualquier otro. Los olvidados de Zidane le habían ganado la eliminatoria.