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ECONOMIA

29 de abril de 2020

La Argentina camina por un desfiladero incierto

Centro Salta en cuarentena

El pedido de tener prendidas las luces de alerta de una buena parte de los argentinos , además de estar preocupada por la peste, está profundamente angustiada por la falta de recursos.

Un par de decisiones políticas-económicas asumidas por el gobierno de Alberto Fernández, en medio de la pandemia de COVID-19, parecen conducir a Argentina por un desfiladero incierto.

La pavorosa crisis que ha provocado el coronavirus parece estar en una curva más o menos dominable y controlada en el sentido estricto de la palabra.  Digamos, como todo, que puede que la situación del virus se desmadre en cualquier punto, porque puede suceder y es algo que de ninguna manera nadie puede descartar. Pero, llegado el caso, también es importante señalar para un análisis más preciso que desde hace cuarenta días nos hemos estado preparando para ello, en particular con toda la energía puesta en el sistema sanitario, en el servicio de salud tanto público como privado.

Tanto es así que la tasa de actividad y de ocupación de todo el sistema sanitario, de acuerdo con algunos cálculos que trascienden desde los mismos despachos oficiales, dan cuenta de que el tramo más complejo y crítico –por el equipamiento que requiere y el personal especializado que necesita para su funcionamiento–, el de las unidades de terapias intensivas (UTI) puestas al servicio del tratamiento de la peste cuando afecta con niveles de gravedad, se encuentra por debajo del 50 por ciento de su capacidad. Con lo que, el encierro forzoso al que hemos estado sometidos no sólo ha logrado achatar la curva del contagio, llegando a un nivel de 30 por ciento de lo que se esperaba, porque para estos días se calculaba mucho más de 5.000 contagiados en todo el país, sino también, esa situación extraordinaria ha permitido contar con menos casos de patologías vinculadas a las afecciones respiratorias propias de la época que transitamos. Además, hay menos gripe, menos anginas graves y otras enfermedades comunes a este momento y a los meses venideros. La menor circulación de personas en la vía pública, la ausencia de encuentros en la calle, en bares, restaurantes, cines, paseos y centros comerciales, el dictado de clases suspendido, concuerdan los especialistas médicos –digamos que hoy son las únicas estrellas y protagonistas absolutos de esta mala película que estamos viviendo– han conseguido que la gente se enferme menos, que todos, en promedio, nos enfermemos menos, como es lógico.

Sin que suponga un reclamo o pedido para apagar las luces de alerta y bajar los brazos, una buena parte de los argentinos , además de estar preocupada por la peste, está profundamente angustiada por la falta de recursos. Si la empresa donde trabaja no está produciendo, es probable que no esté cobrando todo el sueldo. Si se es monotributista, autónomo o independiente, de los tantos que no están en el radar de los gobiernos, como un sinnúmero de peluqueros, abogados quizás, odontólogos y demás profesionales o expertos en diferentes oficios que viven de lo que facturan por día, están en serios problemas, porque, además de que se les cayó la actividad, no reciben tampoco la ayuda oficial de emergencia que lanzó el Gobierno nacional.

Lo que se dice aquí es conocido en mayor o menor medida por todo el mundo, mucho más por el que padece los efectos del fenomenal parate. Pero, es importante destacar lo necesario que es que el problema general que se padece como país y como provincia, comience a ser analizado de manera inversa. El punto es que, para invertir el tratamiento, no parecen existir los medicamentos que se necesitan, más allá de la extraordinaria ayuda estatal que se ha volcado en miles de millones de pesos, que, por otro lado, han debido fabricarse. Y si la pandemia del nuevo coronavirus aún no tiene una vacuna para que pueda ser combatida, el desastre económico al que nos enfrentamos tampoco lo tiene. O, al menos, a eso o para eso nos tendremos que preparar en esta parte del mundo y, particularmente, arriba del barco en el que navegamos. Un barco que ha dispuesto, por orden de su capitán, cerrar los pocos vínculos que todavía se tienen con el exterior, en un mar infesto, hay que decir, para ir detrás de una posible ruta que traslade a la nave hacia un puerto más o menos previsible, un poco más seguro y confiable, para, al fin, cuando todo comience a terminar, saber en dónde se está parado.

Un par de decisiones políticas-económicas asumidas por el gobierno de Alberto Fernández, en medio de la pandemia de COVID-19, parecen conducir a Argentina por un desfiladero incierto. Un posible default en mayo y la salida de las negociaciones que el Mercosur mantiene con Corea del Sur, India, Canadá y Singapur, por caso y de acuerdo con lo que advierten ciertos especialistas del comercio exterior, puede que aporten más misterio y angustias que beneficios. Mientras, los competidores de los productos argentinos en el mundo se preparan para la batalla que se avecina por los mercados una vez terminada la pandemia, y lo hacen con muchos más atractivos que los que se puedan reunir en el país. Una lógica de larga data, para lamento de los productores y exportadores criollos, no de todos, pero sí para algunos, con la particularidad de que ahora, justo ahora, mucho más agravados.

Salir del crac económico que se nos vino encima y recuperar lo que se tenía en el punto de partida, requerirá de ideas y de políticas que no dan señales de aparición, ni siquiera de su existencia. De lo otro, de los recursos genuinos y de cierto poder residual necesario para enfrentar las consecuencias de las catástrofes como esta, ya sabemos que no hay nada.



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