La rapidez con que se ha realizado el relevo de poder en la superpotencia petrolera tras la muerte del Rey Abdulá apunta a que poco o nada cambiará extramuros de la Familia Real saudí. La jerarquía del poder político y económico sí sufrirá un pequeño vendaval, para reemplazar a viejos príncipes por la nueva generación de nietos del fundador de la dinastía. Así lo apunta la decisión del nuevo Rey Salman de nombrar al actual ministro del Interior Mohamed al Nayef, de 55 años, segundo en la línea sucesoria, después de su hermanastro Muqran.

Salman bin Abdulaziz, de 79 años, gozó hace tiempo de cierta fama liberal, reputación que echaron por tierra algunas revelaciones de Wikileaks. Ni las promesas de reformas democráticas hechas en varias ocasiones a los norteamericanos, ni las de apertura en materia de derechos humanos, tienen viso de realizarse en Arabia Saudí con el nuevo monarca. Las mujeres seguirán sin poder conducir, votar o salir solas a la calle. Los blogueros atrevidos serán encarcelados y flagelados en público. Estar en posesión de una biblia será suficiente para ir a la cárcel, o ser expulsados del país en el caso de los extranjeros.

La clave de la resistencia numantina al cambio en Arabia Saudí se resume en una alianza histórica: la que suscribió en el siglo XVIII el clérigo radical suní Al Wahab con un jeque local llamado Muhamad bin Saud. Lo que luego se convertiría en la doctrina más fundamentalista y extrema del islam, el wahabismo, pactó con la dinastía real de los Saud un acuerdo de legitimación ideológica a cambio de protección política. La doctrina, y el clero, wahabísiguen siendo hoy la columna vertebral de la monarquía saudí, por lo que cualquier amago de reforma liberal en el reino o es una argucia o dura muy poco tiempo. Para el wahabismo, la cumbre de la civilización se dio en la era de Mahoma, y nada, ni en lo político ni en lo social, debe recordar que han transcurrido catorce siglos.

Fuente:FMF-por FRANCISCO DE ANDRÉS REUTERS