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15 de febrero de 2015

Guardiola, entre la sombra de Messi y la luz de su nuevo hijo, Bayern Munich

El DT supo esculpir un Barcelona de excepción y ahora está ensamblando definitivamente al poderoso equipo alemán, que viene de golear 8-0.

Ya no puede sorprender que en la elite del fútbol mundial aparezcan goleadas contundentes entre los equipos del máximo nivel competitivo y otros que intentan hacerle frente en las respectivas ligas nacionales, porque de tanto en tanto asoman esas señales de confirmación del poder real de unos sobre otros y no sólo en la teoría. Tampoco en la Champions League, que sabe de diferencias marcadas en el campo de juego y que no son más que una confirmación de las asimetrías entre quienes ocupan el podio y quienes lo observan desde lejos. Sin embargo, que una de estas potencias – Bayern Munich – triture este sábado pasado a un rival de la Bundesliga – en este caso, Hamburgo – por 8 a 0, marca que en este primer trimestre del año puede inferirse que la formación bávara cuenta con un alto porcentaje de posibilidades de acceder a un lugar en la final de la Liga de Campeones de Europa, prevista para el 6 de junio próximo y encima en la capital alemana, Berlín.

Pep Guardiola parece estar encontrando el justo punto medio en el equipo germano como cuando lo hizo con el Barça en el extraordinario once que terminó de explotar como tal en diciembre de 2011. El día 10 del último mes de ese año, Barcelona había brindado una exhibición de fútbol arte con un 5-0 al Real Madrid no sólo contundente en el resultado, sino también en el alto grado de proporción estética que alcanzó dicho espectáculo en el Camp Nou. Apenas ocho días después, en la final del Mundial de Clubes, el blaugrana volvió a correr los límites hacia delante y con un esquema inédito (3-7-0), asombró con la conjunción de esa argamasa entre volantes y delanteros para terminar goleando 4-0 al Santos. El cierre fue a toda orquesta, evocando su primer pico de máxima altitud en la maravillosa lección futbolera previa de cómo quebrar al Manchester United en la final de la Champions, en Roma. 

El efecto arrastre de ese Barça de Guardiola se prolongó un año más, con todos los engranajes de la pieza colectiva en una sinfonía que ya parecía escucharse sola y hasta sin necesidad de un director de orquesta. La meta principal se había cumplido, más allá de la enorme foja de títulos logrados: Barcelona había producido un cambio contracultural y su legado hacia el planeta futbolero se había desparramado globalmente sin distinción de nacionalidades. Un antes y un después; una bisagra. Un saludable cambio. Un imprescindible cambio.

Para Pep, los postulados de La Masía tenían el mismo valor que la exposición de sus dirigidos en la alta performance profesional. En la escuela de formación blaugrana, cada entrenador está asociado al concepto pedagógico de educación integral. El método ligado a una filosofía respecto de los valores formativos, en una palabra. En el plano futbolístico, propiamente dicho, el niño/adolescente (12 a 13 años) aprende a observar periféricamente antes de recibir el balón, sabe cómo sacar una décima de segundo para anticiparse a la acción, de qué manera ubicar el cuerpo para aprovecharse de la situación ante un rival y percibe que entre sus compañeros habrá siempre uno o más potenciales receptores libres para asociarse en una jugada colectiva. 

Guardiola acopló su propia visión de la vida para que ésta decantara en un proyecto a gran escala. Rompió el estereotipo del entrenador de perfil autoritario que aplica métodos hasta abusivos para lograr la máxima eficiencia sin importar el cómo. Con confianza ciega en el trabajo de equipo, delegó responsabilidades en cada uno de sus componentes; así, cualquiera de ellos (ayudantes, médicos, preparadores físicos) fue un “Guardiola” en potencia cuando tuvo que tratar con el jugador. Los Xavi, Iniesta, Busquets, Puyol, Piqué, Fábregas, Pedro y Thiago se consolidaron a la sombra de un Lionel Messi cada vez más rupturista con el cánon. Pep, en silencio, apenas alzaba la batuta para que la melodía sonara perfecta. 

El Barça pasó a ocupar un lugar en la historia que excede a lo que sólo sucede dentro del campo de juego. Cada uno de sus futbolistas se convirtió en un embajador de valores y principios de una cultura que supo fusionar lo deportivo con lo social. 

 Durante 2012, Guardiola palpó que su vínculo tan estrecho con el Barça había comenzado a resquebrajarse. Pep había llegado de niño al club, atravesado todas las etapas, triunfado como futbolista y luego convertido en un emblema como conductor grupal del ciclo más brillante (2008/2012) de todos los tiempos, al punto de haber decantado en lo que, para muchos, fue el mejor equipo de la historia. En ese año, atravesado por diferencias ideológicas y políticas con el entonces presidente Sandro Rosell se produjo una grieta que nunca terminó de cerrarse. 

El entrenador optó por marcharse hacia Nueva York, buscando allí un espacio de sosiego en un país donde el fútbol tiene mediana y poca trascendencia. Mientras iniciaba un año sabático, la llegada de los dos emisarios más importantes del Bayern Munich, Karl-Heinz Rummenigge y Uli Hoeness, le implicó dejar paulatinamente de lado su idea inicial de descanso para inmiscuírse definitivamente en el nuevo proyecto de ponerse al frente del poderoso club alemán. 

El triángulo Barcelona-Nueva York-Munich comenzó a tallar en la psiquis de Pep, rompiendo los parámetros del conformismo. De la calidez de la ciudad natal, este capricorniano de 44 años, empezaba también a dejar la neutralidad futbolera de Manhattan y su zona de influencia para trasladarse hacia la región bávara y tomar el compromiso de asumir la dirección técnica de un equipo que llegó a lo más alto del mundo bajo la tutela de Jupp Heynckes. 

Hoy, en 2015, el gran desafío es que los Manuel Neuer, Thomas Müller, Bastian Schweinsteinger,Xabi Alonso y Mario Götze, sumados a los polifacéticos Franck Ribery y Arjen Robben, sean – en sentido figurado – los herederos de la magnífica base que transformó al Barça un ícono a escala planetaria. El primer mensaje de Guardiola a ellos cuando llegó fue simple y contundente a la vez: “La pasión por la pelota los hizo futbolistas desde niños. El secreto está en la pelota, la esencia del fútbol”. 

Pep, ahora, más allá de haber ganado Champions y Mundial de Clubes en 2013 con Bayern Munich, volvió a sufrir en carne propia cuando en 2014 el timón quedó en manos de Real Madrid, que lo eliminó en unas históricas semifinales y luego se hizo acreedor a la décima “Orejona” tras ganarle en la final al Atlético de Madrid del Cholo Simeone. Ahora, Guardiola está esculpiendo su propia escultura con la intención de exponerla donde se debe: el Estadio Olímpico de Berlín, la sede de la gran definición de la temporada 2014/2015.

Fuente:Agencia EFE



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