INTERNACIONALES
12 de julio de 2015
Con una misa, Francisco se despide de Latinoamérica
El papa Francisco pondrá en práctica hoy su reiterada afirmación de que los pobres no deben quedarse marginados en la sociedad, al visitar una barriada a las afueras de Asunción en el último día de su gira por tres países latinoamericanos.
El Papa Francisco ha pasado buena parte de la última semana -y antes de eso, gran parte de su pontificado- denunciando las injusticias del sistema capitalista global que, afirma, idealiza al dinero por encima de la gente. El papa ha pedido que se instaure un nuevo modelo económico en el que los recursos del planeta se distribuyan entre todos por igual.
El papa ha pedido que se instaure un nuevo modelo económico.
Cuando acuda hoy a Bañado Norte, Francisco verá a gente que vive en chabolas de tablones y láminas de metal, y posiblemente cerdos que buscan sobras entre la comida. Las autoridades paraguayas estiman que unas 15.000 familias viven allí en la extrema pobreza, que se ve agravada de forma periódica cuando las fuertes lluvias desbordan el cercano río Paraguay y convierten las carreteras de tierra en impracticables tramos de lodo.
Los vecinos y las autoridades llevan semanas preparando la visita, con tareas que van desde drenar algunas carreteras a fabricar rosarios que obsequiar al papa.
Pero se espera que Francisco les ofrezca su solidaridad y apoyo, tras instar a los gobernantes a que hagan más por tener en cuenta la situación de esta comunidad cuando toman decisiones sobre desarrollo y servicios sociales.
En un encuentro con empresarios, políticos, sindicalistas y otros grupos civiles, Francisco dijo que poner pan en la mesa y techo sobre los niños, proporcionar sanidad y educación a las familias resulta vital para la dignidad humana, y esto debe plantear un reto a hombres y mujeres, políticos y economistas. Y les llamó a evitar "un modelo económico idolátrico que necesita sacrificar vidas humanas en el altar del dinero y de la rentabilidad".
Tras visitar Bañado Norte, Francisco celebrará una misa al aire libre en un campo tropical a las afueras de Asunción y se reunirá con jóvenes antes de regresar a Roma. La presidenta participará del cierre oficial de la gira sudamericana de Francisco. Es el sexto encuentro entre ambos.
Durante una misa el sábado en Caacupé, Francisco elogió el fervor religioso y la fortaleza de las mujeres paraguayas, en uno de los lugares de peregrinación más importantes del país.
"Estar aquí con ustedes es sentirme en casa", dijo el papa en su homilía. Después habló con afecto de las mujeres de esta pequeña nación empobrecida y sin acceso al mar, y las elogió por reconstruir el país tras la devastadora guerra en la década de 1860 que acabó con más de la mitad de la población, en especial con los varones.
``Dios bendiga a la mujer paraguaya, la más gloriosa de América'', dijo Francisco, tras afirmar que en el pasado y en la actualidad, las paraguayas mantuvieron al país en marcha.
``Dios bendiga a la mujer paraguaya, la más gloriosa de América''
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Miles de personas abarrotaron la plaza principal y las calles aledañas en Caacupé, unos 64 kilómetros al este de Asunción.
Raquel Amarilla, de 39 años, lloró tras escuchar al papa. "Es maravilloso que nos tome tanto en cuenta a las mujeres. Somos nosotras en la iglesia todos los domingos. Nosotras rezamos todos los días, mucho más que los hombres", dijo la mujer, que acudió con su hija de 13 años.
En el encuentro en el santuario de la virgen de Caacupé se hizo eviten el afecto especial de Francisco por el lugar. Francisco declaró la iglesia sencilla, que alberga una pequeña figura de madera de la virgen, como la basílica más nueva del mundo.
Cuando era arzobispo de Buenos Aires, el ex cardenal Jorge Mario Bergoglio visitaba con frecuencia la barriada Villa 21, donde viven muchos migrantes paraguayos, para acudir a sus procesiones religiosas y celebrar bautismos en su iglesia, Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé.
En un guiño simbólico a los indígenas de la región, Francisco lideró la plegaria del "Padre Nuestro" en guaraní. Con los brazos extendidos sobre el altar, Francisco leyó el texto mientras los asistentes entonaban la oración.
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