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EDITORIAL

16 de septiembre de 2015

Se puede derrotarse a la pobreza

Como sucede con regularidad casi cronométrica desde hace muchísimos años, políticos, comentaristas y, huelga decirlo, eclesiásticos se han puesto a hablar nuevamente de lo terrible que es la pobreza extrema.

 En esta ocasión, el debate en torno al tema se reanudó a causa de la muerte, presuntamente por desnutrición, de un adolescente qom en Chaco. El joven de 14 años que, se informa, pesaba 11 kilos no será el último que muera así.

Tienen razón los obispos católicos que dicen que es una "tremenda realidad" que en nuestro país "hay muchos chicos que mueren por desnutrición" ya que "la pobreza estructural no ha cedido". Según el obispo de Esquel, para poner fin al desastre así supuesto deberíamos "agudizar la sensibilidad". Muchos comparten tal actitud que se basa en la convicción, que se remonta a tiempos bíblicos, de que la miseria es consecuencia de la mezquindad de los demás y que por lo tanto para eliminarla sería necesario que la sociedad se hiciera más solidaria, pero por desgracia el problema es un tanto más complicado de lo que creen. Por cierto, no existen motivos para suponer que los habitantes de países más ricos, como Suiza, en los que escasean los pobres "estructurales", sean más solidarios que los argentinos o bolivianos.

Si algo los destaca, es que han logrado manejar lo relacionado con la economía de tal modo que sus sociedades brindan oportunidades a virtualmente todos, lo que dista de ser el caso en aquellas en las que se ha consolidado lo que algunos llaman "la cultura de la pobreza".

Es natural que políticos de ideales progresistas, activistas sociales y religiosos se sientan personalmente responsables del destino de sus compatriotas menos afortunados y que quieran ayudarlos, pero sucede que la dependencia que estimulan es de por sí desmoralizadora. Por injusto que les parezca, los protagonistas de la "lucha contra la pobreza" tendrán que ser los pobres mismos.

El consenso no sólo aquí sino también en el resto del mundo es que la educación es fundamental, pero hasta que los qom, digamos, sientan aún más entusiasmo que los especialistas bienintencionados por aprovechar las oportunidades para aprender, todas las reformas que se intenten en dicho ámbito resultarán vanas.

Está en lo cierto el gobernador chaqueño, Jorge Capitanich, cuando atribuye la muerte del adolescente qom a "una cuestión cultural", aunque, huelga decirlo, las deficiencias a las que aludía no se limitan a una etnia indígena determinada.

Es innegable que, para los qom y muchos otros pueblos originarios, ha sido sumamente difícil adaptarse a la normas propias de la sociedad en que, mal que bien, ellos mismos y sus descendientes tendrán que vivir, pero también lo es que el grueso de la clase política nacional sigue aferrándose a formas de pensar tradicionales que, al obstaculizar el desarrollo, privan a buena parte de la población del país de la posibilidad de alcanzar un nivel de vida equiparable con el considerado normal en otras latitudes.

He aquí la razón por la que la Argentina, a pesar de estar en condiciones de alimentar a centenares de millones de familias, aún tiene varios millones de indigentes y más de diez millones de pobres que, de agravarse la situación económica en los meses próximos, correrían el riesgo de pasar hambre.

A esta altura, atribuir la persistencia de la miseria a nada más que los errores cometidos por el gobierno de Chaco, o por el nacional, no serviría para mucho. Si bien no cabe duda de que la ineptitud administrativa que es característica de un sector público politizado y la estrategia económica miope que fue adoptada por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner han contribuido al aumento de la pobreza luego de un período no muy largo de alivio, los gobiernos anteriores no manifestaron mucho interés en impulsar los cambios culturales que serían precisos para que "la inclusión" resultara ser algo más que una aspiración.

Sin embargo, a menos que los dirigentes políticos entiendan que hasta ahora han fracasado todos los esfuerzos locales por reducir la pobreza "estructural" y que por lo tanto les convendría prestar más atención a la experiencia exitosa de los países más avanzados de Europa y de China o Corea del Sur, muy poco cambiará en el futuro previsible.



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