VATICANO
5 de octubre de 2015
¿Por qué es importante defender la familia cristiana?
Sínodo de los Obispos.-El Arzobispo de Budapest (Hungría), Cardenal Peter Erdo, fue el encargado de realizar la relación introductoria (presentación) en la Primera Congregación de la Asamblea del Sínodo de los Obispos.
El Arzobispo de Budapest (Hungría), Cardenal Peter Erdo, fue el encargado de realizar la relación introductoria (presentación) en la Primera Congregación de la Asamblea del Sínodo de los Obispos.
Su intervención estuvo dividida en tres partes: la escucha de los desafíos sobre la familia, el discernimiento de la vocación familiar, y la misión de la familia hoy. En ellas enumeró las razones por las que es importante defender la familia cristiana que es “un bien para la Iglesia”.
El Purpurado aseguró que “matrimonio y familia no son individuos aislados, sino que transmiten valores, ofrecen una posibilidad de desarrollo a la persona humana, que no resulta sustituible”. “La diferencia entre hombre y mujer no es por la contraposición o subordinación, sino por la comunión y la generación, siempre a imagen y semejanza de Dios”, añadió.
Por tanto, “en el diseño creador, en efecto, está inscrita la complementariedad del carácter unitivo del matrimonio con el reproductivo” y “la integración de los divorciados vueltos a casar en la vida de la comunidad eclesial se puede realizar en varias formas distintas a la admisión a la Eucaristía”.
En su extensa intervención, el Cardenal húngaro abordó los diversos temas que también tratará el Sínodo en los próximos días.
Cambio antropológico
El Cardenal aseguró que los efectos de la globalización son causa de la disgregación de la familia por lo que existe “un cambio antropológico que corre el riesgo de transformarse en un reduccionismo antropológico: la persona, en la búsqueda de la propia libertad, busca demasiado a menudo ser independiente de toda unión, a veces también de la religión, que constituye una unión con Dios, de uniones sociales, especialmente de aquellos que están conectados con las formas institucionales de la vida”.
De esta realidad, “de una alienación notable, se explica la fuga instintiva de mucha gente de las formas institucionales”.
“Así parece que se pueda explicar el crecimiento del número de parejas que viven juntas establemente, pero no quieren contraer ningún tipo de matrimonio ni religioso ni civil”.
El Cardenal explicó que “matrimonio y familia no son individuos aislados, sino que transmiten valores, ofrecen una posibilidad de desarrollo a la persona humana, que no resulta sustituible”.
Además, “la fuga de las instituciones se encuentra también en la creciente inestabilidad institucional que se manifiesta también en el alto porcentaje de divorcios”.
“Que cada vez sea más alta la edad en la que deciden casarse, es decir, el miedo de los jóvenes de asumir las responsabilidad y los compromisos definitivos, como el matrimonio y la familia, se encajan en este contexto”.
El Relator dijo que es necesario recordar que “la mirada de Jesús es la de la misericordia, de esa misericordia que se basa en la verdad”.
Complementariedad hombre-mujer
“La enseñanza de Jesús sobre el matrimonio y la familia parte de la creación. La vida del ser humano y de la humanidad es parte de un gran proyecto: el de Dios creador. Como en todos los aspectos de la vida, encontramos nuestra plenitud y nuestra felicidad si conseguimos insertarnos libremente y conscientemente en este grandioso proyecto lleno de sabiduría y amor”.
El Purpurado recordó que Jesús mismo habla de la indisolubilidad del matrimonio y este principio “no tiene como objeto ser impuesto a los hombres como un yugo sino como un don hecho a las personas unidas en matrimonio”.
“Jesús tuvo una familia, dio inicio a los milagros en la fiesta de las Bodas de Caná, anunció el mensaje concerniente al significado del matrimonio como plenitud de la revelación que recupera el proyecto originario de Dios.
Pero al mismo tiempo, “puso en práctica la doctrina enseñada manifestando así el verdadero significado de la misericordia”.
Esto “aparece claramente en los encuentros con la samaritana y con la adúltera en la que Jesús, con una actitud de amor hacia la persona pecadora, lleva al arrepentimiento y a la conversión, condición para el perdón”.
El proyecto de la familia de Dios “ofrece una posibilidad de plenitud para la vida de las personas interesadas en el hoy, a pesar de la dificultad que se encuentra en mantener los compromisos para siempre”.
“El matrimonio y la familia expresa de modo especial que el ser humano está creado a imagen y semejanza de Dios”.
“La diferencia entre hombre y mujer no es por la contraposición o subordinación, sino por la comunión y la generación, siempre a imagen y semejanza de Dios”.
Por tanto, “en el diseño creador, en efecto, está inscrita la complementariedad del carácter unitivo del matrimonio con el reproductivo”.
Sobre la enseñanza de Jesús, Erdo subrayó que se debe “poner de relieve la importancia de la promoción de la dignidad del matrimonio y de la familia reiterando el hecho de que el matrimonio es una comunión de vida y de amor”.
“El verdadero amor no se reduce a cualquier elemento de relación, sino que implica la mutua donación de sí mismo. Así se integran las dimensiones sexuales y afectivas y la edificación cotidiana de la vida”.
“En el diseño del Creador, la pareja humana es ya portadora de la bendición divina” y se puede ver en el Libro del Génesis: “Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó hombre y mujer” y entonces “Dios los bendice y les dice: ‘sean fecundos y multiplíquense’”.
Transmisión de la fe
Tarea de la familia cristiana es la de “compartir la propia fe donándola también a los demás”. “Las familias cristianas, en efecto, son llamadas a testimoniar el Evangelio sea con su vida vivida según el Evangelio mismo o a través de un anuncio misionero”.
“Los cónyuges refuerzan mutuamente su fe y la transmiten a los hijos, pero también los hijos, con los otros miembros de la familia, son llamados a compartir su fe. En la familia se puede tener también la experiencia de los cónyuges en el mutuo amor, reforzados por el espíritu de Cristo, que viven su llamada a la santidad”.
El matrimonio se funda sobre el Bautismo “que establece la alianza fundamental de cada persona con Cristo en la Iglesia”.
“Los prometidos se prometen donación total, fidelidad y apertura a la vida, ellos reconocen como elementos constitutivos del matrimonio los dones que Dios les ofrece, tomando en serio su compromiso en su nombre y frente a la Iglesia”.
Es más, “en el matrimonio sacramental Dios consagra el amor de los esposos y confirma la indisolubilidad, ofreciendo su ayuda para vivir la fidelidad, la integración recíproca y la apertura a la vida”.
A través del matrimonio, “la familia cristiana es un bien para la Iglesia” y “un bien para la familia que viene ayudada a nivel espiritual y comunitario también en las dificultades y ayuda a custodiar la unión matrimonial y a discernir sobre los respectivas obligaciones o cualquier deficiencia”.
Pero también requiere “una atención misericordiosa y realista a los fieles que conviven o viven en el matrimonio civil en cuando no se sienten preparados a celebrar el sacramento, vistas las dificultades que una tal elección puede provocar hoy”.
“Si la comunidad logra demostrar acogida hacia estas personas, en las diversas situaciones de la vida, y presentar claramente la verdad sobre el matrimonio, podrá ayudar a estos fieles a llegar a una decisión para el matrimonio sacramental”.
El Purpurado explicó que “resulta muy útil la participación de familias católicas comprometidas en la preparación de los prometidos”.
“Los nuevos esposos pueden conocer una comunidad de verdaderos amigos, y de estos encuentros pueden nacer relaciones humanas de enriquecimiento, de apoyo y ayuda también en las situaciones difíciles o en los problemas de la pareja”.
En este sentido, “si decimos francamente a los otros aquello que no creemos, no debemos tener miedo de no ser comprensivos, en cuanto también nosotros somos hijos de nuestro tiempo”.
El Relator del Sínodo afirmó que “es indispensable que las familias” “encuentren las modalidades para interactuar con las instituciones políticas, económicas y culturales al fin de edificar una sociedad más justa”.
Divorciados en nueva unión y homosexualidad
“En muchos países e instituciones –denunció–, el concepto oficial de familia no coincide con el cristiano o con su sentido natural”. Y “este modo de pensar influencia la mentalidad de no pocos cristianos”.
“Las asociaciones familiares y los movimientos católicos deberán trabajar de modo conjunto, al fin de hacer valer las reales instancias de la familia en la sociedad”.
“Los cristianos deben comprometerse de modo directo en el contexto socio-político, participando activamente en los procesos de decisión y llevando al debate institucional las instancias de la doctrina social de la Iglesia”.
También habló sobre algunas dificultades que viven aquellos que están en situaciones matrimoniales o familiares problemáticas. “Primero de todo aquellos que podrían casarse en la Iglesia pero se contentan con un matrimonio civil o con una simple convivencia”.
“Si su actitud proviene de la falta de o de interés religioso, se trata de una verdadera situación misionera”.
Sobre “los separados y divorciados no vueltos a casar, la comunidad de la Iglesia puede ayudar a las personas que viven tales situaciones en el camino del perdón y si es posible de la reconciliación, puede ayudar la escucha de los hijos que son víctimas de estas situaciones y puede animar a los padres que se han quedado solos después de un fracaso a perseverar en la fe y en la vida cristiana y también a encontrar en la Eucaristía la comida que les sostenga en su estado”.
Respecto a los divorciados vueltos a casar civilmente dijo que “es necesario un acompañamiento pastoral misericordioso que no deje dudas sobre la verdad de la indisolubilidad del matrimonio enseñada por el mismo Jesucristo”.
La misericordia de Dios ofrece al pecador el perdón, pero requiere conversión. El pecado del que se puede tratar en este caso no es sobre todo el comportamiento que puede haber provocado el divorcio en el primer matrimonio”.
“Respecto a aquel hecho, es posible que en el fracaso las partes no hayan sido igualmente culpables, también si a menudo los dos son en una cierta medida responsables. No se trata entonces del naufragio del primer matrimonio, sino de la convivencia en la segunda relación que impide el acceso a la Eucaristía”.
“Aquello que impide algunos aspectos de la plena integración no consiste en una prohibición arbitraria, sino en una exigencia intrínseca buscada en varias situaciones y relaciones, en el contexto del testimonio eclesial”.
“La integración de los divorciados vueltos a casar en la vida de la comunidad eclesial se puede realizar en varias formas, distintas a la admisión a la Eucaristía”.
Además, “en la búsqueda de soluciones pastorales para las dificultades de divorciados casados civilmente, se tiene presente que la fidelidad a la indisolubilidad del matrimonio no puede ser conjugada en el reconocimiento práctico de la bondad de situaciones concretas que son opuestas y entonces inconcebibles”.
El Purpurado manifestó que “entre los verdadero y lo falso, entre el bien y el mal, en efecto, no hay una gradualidad, tampoco si algunas formas de convivencia llevan en sí ciertos aspectos positivos, esto no implica que puedan ser presentados como buenos”.
“Se distingue la verdad objetiva del bien moral y la responsabilidad subjetiva de la personas en singular”.
Aborto y eutanasia
Sobre la homosexualidad, el Cardenal afirmó que obviamente “toda persona es respetada en su dignidad independientemente de su tendencia sexual. Es deseable que los programas pastorales reserven una específica atención a las familias en las que viven personas con tendencias homosexuales y a estas mismas personas”.
La apertura a la vida es una “exigencia intrínseca del amor conyugal” por lo que “la generación de la vida no se reduce a una variable del proyecto individual o de pareja”.
La Iglesia tiene el deber de promover “la cultura de la vida frente a la siempre difundida cultura de la muerte”.
El Relator del Sínodo recordó la enseñanza de la encíclica del beato Pablo VI Humanae Vitae, “que subraya la necesidad de respetar la dignidad de la persona en la valoración moral de métodos de regulación de la natalidad”.
“La adopción de niños, huérfanos y abandonados, acogidos como propios hijos, es una forma específica de apostolado familiar”, añadió.
El ser humano no es “un bien de consumo que se puede usar y después tirar”. “Hemos dado inicio a la cultura del descarte que viene promovida: es tarea de la familia ayudada por la sociedad, acoger la vida que nace y cuidar su última fase”.
Por eso, frente al aborto “la Iglesia reafirma el carácter inviolable de la vida humana. Ofrece asesoramiento a las embarazadas, sostiene a las chicas que son madres, asiste a los niños abandonados y se hace compañera de aquellos que han sufrido el aborto y tienen conciencia de su error “.
Sobre la eutanasia aseguró que “la muerte, en la realidad, no es un hecho privado e individual”. “La persona humana no es y no debe sentirse aislada en el momento del sufrimiento y de la muerte”.
Al concluir, el Cardenal Peter Erdo recordó que “los padres son y permanecen como primeros responsables de la educación humana y religiosa de sus hijos”.
“Todas las crisis que amenazan o debilitan a las familias pueden recibir ayudas esenciales de las otras familias, especialmente de la comunidad de familias cristianas que parecen asumir siempre ciertas competencias importantes de la misma Iglesia, constituyendo una forma fundamental del apostolado de los laicos”.
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