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EDITORIAL

17 de diciembre de 2016

Arendt: verdad y política

El resolverle el problema a la gente, al individuo, es desde hace décadas la premisas de la política. La economía, la política y la vida, se resumen, indefectiblemente en un acto de confianza.

De un tiempo a esta parte, desde el quehacer político, tanto el fáctico, como el intelectual, se consolidó una idea, principio o apotegma, que establece que la política consiste en otorgarle respuestas al soberano, individualizado este, o escindido de su parte de lo colectivo, o lo que en la práctica se conoce como resolverle el problema a la gente, al individuo.  De premisas falsas a conclusiones falsas.

Desde hace décadas no tenemos políticos, tampoco politólogos (aunque este campo es más difícil de aprehenderlo como variante de análisis pues difícilmente puedan hacerse ver fuera de sus reductos académicos) que le digan al electorado, al público, a la gente, a la masa informe que pactan tácitamente para hacer posible o sostenible el contrato social, cuál es la única, y, a su vez, válida finalidad de la política.

Podemos entender, que en el concierto actual, de nuestra tardomodernidad, o modernidad líquida, depende el autor de moda que leamos o que tengamos más a mano, se ha difuminado lo colectivo, y la categoría de lo individual o la individuación del individuo, valga la supuesta, redundancia, ejerce una tutela opresora de la que pudiésemos salirnos.

“…Podríamos decir que el poder ha huido de aquellas instituciones-desarrolladas a lo largo de la historia- que ejercían un control democrático sobre los usos y los abusos del poder en los Estados-Nación modernos. La globalización, en su forma actual, implica una progresiva pérdida de poder de los Estados Nacionales, sin que (hasta el momento) haya surgido un sustituto efectivo de ellos.” (Z, Bauman, “Mundo Consumo”, 2011)

En este reinado de lo individual (que tiene sus explicaciones enraizadas en aspectos de toda índole, como podemos observar como aproximación en la cita up supra) que los políticos o la política no ha terminado de asumir, en vez de ponerlo en blanco sobre negro, se lo enturbia, o se lo disfraza, flagrantemente, porque no tienen ni idea de lo que está sucediendo, y esto es lo peor de todo.

Como esta crudeza de la política, por sentido común se la siente como impostada, como falsa (aquello de la lógica de las premisas falsas a conclusiones falsas) desde el pupitre de la política, se insiste con esto, es decir con el error, con la mentira o con lo no cierto o lo incierto. Se le dice, se le promete, a un electorado, que se le dará el policía o la cámara de seguridad en su cuadra, el trabajo para el hijo del matrimonio, el tratamiento de adicción para la hija, el operativo de castración para la mascota y la financiación para que cambien el vehículo al año y medio. Cuando algo de esto falla, es decir siempre fallará todo si se quiere, planteado desde este sentido, este grupo de ciudadanos se siente estafado, mentido y defraudada por la política y por sus políticos.

La política, y por ende quiénes se dedican a ella, persiguen la finalidad principal (o deberían), por naturaleza y definición, de establecer un conjunto de reglas, medianamente justas, o consensuadas, para que la mayoría de los que formamos parte de una comunidad determinada, nos llevemos medianamente bien. 

El resto, es mentira y ante cada nueva elección que se convoque, es importante que usted lo sepa, y en caso de seamos muchos los que nos evidenciamos ante mentirosos consuetudinarios; que alguna vez podamos hacer algo con ello.

Hasta los tiempos en donde la discursividad política se regía bajo conceptos Aristotélicos o Kantianos (es decir, estableciendo patrones de verdad o universales a los que asirse o direccionarse) la mentira o lo falso, era una categoría asimilable o asequible, para una u otra posición política (por lo general le correspondía a quién perdiese). Sin embargo, desde hace relativamente poco, hemos descubierto (explícitamente a través de Arendt con su texto Verdad y Política, refrendado por Derrida con su Historia de la mentira, prolegómenos) que la política tiene como elemento substancioso o indiscernible a la mentira. Entender que la mentira política, es razón de verdad que nada podrán asegurarnos o garantizarnos en caso de que los transformemos en nuestros representantes o administradores de poder, es la razón de ser de nuestra actualidad política.

  Durante siglos se ha discutido sobre si los Estados podían mentir u ocultar por el bien de todos; los secretos de la diplomacia o las nobles mentiras han sido objeto de toneladas de escritos y de polémicas. Arendt insiste en que no es su intención entrar en esa discusión, pues la mentira moderna no tiene nada que ver con esto. Junto a los grandes secretos de Estado, que siguen muy activos, la falsedad y la opacidad masiva se organizan ahora deliberadamente de forma cotidiana. La clave es que se usa la manipulación de la propaganda contra la propia población a fin de obtener réditos políticos inmediatos, o para beneficiar determinados intereses privados. Por supuesto, sus ejecutantes deben autoengañarse concienzudamente para resultar más eficaces en su objetivo; ¡y vaya si lo consiguen!

La posibilidad de la mentira completa y definitiva, desconocida en épocas anteriores, es el peligro que nace de la manipulación moderna de los hechos. Incluso en el mundo libre, donde el gobierno no ha monopolizado el poder de decidir o de decir qué es o no es desde el punto de vista fáctico, gigantescas organizaciones de intereses han generalizado una especie de mentalidad de la «raison d’état» [razón de estado, en francés en el original] que antes se limitaba al tratamiento de los asuntos exteriores y, en sus peores excesos, a las situaciones de peligro claro y actual. Y la propaganda a escala gubernamental aprendió más de un giro de uso corriente en los negocios y en los métodos de Madison Avenue ( H. Arendt, «Véité et politique»)

Para definirlo más claramente, hasta un determinado momento, la mentira podía ser considerada como apartada de la política, como una especie de camino corto, tomado por malos intérpretes o políticos, que abusando de su poder de persuasión y bajo la perversión de saberse en lo incierto, engañaban a las masas para obtener, luego, objetivos inconfesables. Al ciudadano entonces, se le exigía, en tiempo electorales, casi un acto de fe, es decir que determine quién era el que estaba mintiendo y quién le estaba diciendo la verdad.

 Durante siglos esta conceptualización de la política funciono sin ambages.

“El bien político es lo justo, es decir el bien común; pero a todos les parece que lo justo es una igualdad y hasta cierto punto coinciden con los tratados filosóficos en que se ha precisado sobre las cuestiones de ética (pues dicen que lo justo es algo y para algunos y que debe ser igualdad para los iguales). Mas, de qué es igualdad y de qué desigualdad no hay que pasarlo por alto; pues esto implica una cuestión y una filosofía política. Es posible que alguien afirme que, de acuerdo con la superioridad en un bien cualquiera deben distribuirse desigualmente los cargos, si en las demás cosas los ciudadanos no se diferencian en nada, y son semejantes. Pues los que son diferentes tienen distintos derechos y méritos. Ahora bien, si eso es verdad, el color de la tez, la estatura o cualquier otra excelencia, supondrá para los que aventajen en ellas una superioridad en los derechos políticos. ¿Acaso es superficial este error? Pero es evidente en las demás ciencias y disciplinas: entre flautistas iguales por su arte, no hay que dar la ventaja de las flautas a los de mejor familia (pues no van a tocar por ello mejor); sino al que sobresale en la ejecución, hay que darle la superioridad de los instrumentos” (Aristóteles, Política).

O como también afirmara Kant en su necesaria razón de verdad, fundante de lo jurídico.

«Así, definida simplemente como una declaración deliberadamente no verdadera (unwahre Declaration)contra otro hombre, la mentira no tiene necesidad de la cláusula según la cual debería perjudicar a otro, cláusula que los juristas exigen para su definición (mendacium est falsiloquium in praejudicium alterius). Pues siempre perjudica o otro: aunque no fuera a otro hombre, sí a la humanidad en general, ya que descalifica la fuente del derecho (la pone fuera de uso: dic Rechtsquelle unbrauchbar macht«Se trata, pues, de un precepto de la razón (Vernunfgebot) que es sagrado (heiliges), incondicionalmente imperativo (unbedingt gebietendes), que no puede estar limitado por ninguna conveniencia: en toda declaración es preciso ser veraz (wahrhaft) (leal, sincero, probo, de buena fe: ehrlich. (Kant, Del Derecho de Mentir)

Observemos expresiones públicas o solicitudes, que más allá de que nos puedan hacer acordar a actuales ultramontanos o dinosaurios políticos, convergen, precisamente, conceptualmente, porque más allá de los siglos transcurridos, representan esa etapa en donde la política era razón de verdad y el mundo, estaba, por ende, dividido en buenos y malos, dando por sentada la necesidad de muros divisorios y de categorías de ciudadanos y extranjeros prestos a no ser aceptados o subsumidos a campos de refugiados o archipiélagos de excepción

 “Es el deber de un hombre que es de moral elevada, que es un amante de Grecia y cuya visión es más amplia que la del resto del mundo, usar su talento para hacer la guerra a los barbaros,,, para librarles del mal y para meterlos en ciudades y para fijar los límites del mundo griego” (Isócrates,  A Filipo)

 

El poder está y no está en la democracia, ni siquiera por un fallo de esta como sistema, sino por definición lógica de lo que es el poder, sin embargo en este juego, quién cree detentar ese manejo del poder, la clase política, aun sabiendo que por más que tenga las validaciones legítimas de lo democrático, debe seguir haciéndole creer a las masas que representa, que tiene ese poder, que detrás de la democracia, está el poder, por más que sepa que no es así.  En este punto, debemos cuidarnos, nuevamente de no continuar la ramificación que el tema nos propone en sí mismo, tan solo haremos una mención genérica, pues consideramos importante al menos el subrayado. Nos encontramos ante “la mentira” en la política, lo no cierto o no válido, que se plantea, necesariamente como lo opuesto y que sí no es bien manejado, termina percudiendo el sistema de lo democrático. Es decir sí la mentira, o la situación de no verdad, se descubre, por la masa ante el manejo de su dirigencia, la que padece en términos generales es la democracia (las grandes revueltas o protestas modernas, se generan a partir de este incordio, cuando se descubre, devela, de aquí la importancia de lo mediático, de lo mentiroso, corrupto de los políticos y la política) pero apartándonos de esto, entendemos acerca de la naturalidad de esta situación, lo que le consignamos a esa mentira o no verdad, como condición necesaria y suficiente para la existencia de lo democrático.

 Finaliza Arendt, su texto verdad y política de la siguiente manera “En términos conceptuales, podemos llamar verdad a lo que no logramos cambiar; en términos metafóricos, es el espacio en el que estamos y el cielo que se extiende sobre nuestras cabezas”.

 

Así como en los tiempos en donde la verdad y la mentira, en política, se trazaban  como dos caras contrapuestas, y el ciudadano, el votante, era el responsable de determinar quién mentía y quién no, por tanto la carga y responsabilidad quedaban en sus espaldas, en los tiempos actuales, en donde se asume a la  política, como parte conviviente con la mentira, por su condición de posibilidad, de deseo, de lo que se pretende modificar, el peso de lo que pueda ocurrir o no con nuestro destino, no está más en las espaldas del votante, sino en la conciencia de los políticos, a los que ni siquiera les tendríamos que pedir que utilicen artificios de mentira, para expresar el deseo o la pretensión de adonde nos llevará, probablemente nos alcance, con quién reconozca que difícilmente podrá concretar lo que expresa, como promesa o expectativa política, pero que pondrá lo mejor de sí y que nos comprometerá a que nos comprometamos con ello.

La economía, la política y la vida, se resumen, indefectiblemente en un acto de confianza, sin ella, o afectados por su ausencia, deberíamos hacer lo planteado por Hegesias quién  sostenía que, si los cirenaicos sostienen que la finalidad de la vida es la satisfacción del propio placer, esto conducía inevitablemente al pesimismo, ya que los placeres de la vida son pocos y muchos más los dolores, incierto el conocimiento y todos los eventos son dominados por la fortuna, el azar, la inseguridad, la impersonal fuerza del destino fatal. No sólo el fin supremo del hombre sería la indiferencia ante la vida y la muerte, sino que la muerte misma sería considerable por ello placentera. Por eso fue denominado Peisithanatos (Persuasor de la muerte) entre sus discípulos, pues recomendaba el suicidio.

De hecho es lo que hicieron quiénes perdieron por parte del estado la confianza de honrar sus pagos y  producto de ello (desahucios)  los sentencio a romper la confianza con la vida, cómo el punto de disrupción en donde la mentira política, hizo emerger, expresiones nuevas como Podemos y Ciudadanos, que no casualmente viven crisis internas permanentes y dificultades de enamorar a más electores, dado que no terminan de comprender como es el circuito necesario o indispensable de la mentira y la gente o el pueblo y como evitar el mayor daño a los que menos capacidad tengan como para asimilarlo.  

Por Francisco Tomás González Cabañas 



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