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8 de julio de 2014

El Camino del Inca: Un patrimonio mundial falto de conservación

"¿Qué andan haciendo por estas hieluras?”, pregunta una indígena a los caminantes que pasan cerca de su casa, a más de 3.000 metros de altura, en el sur de Ecuador. Mira las fotos

Cuando confirma que son turistas y que están recorriendo el Camino del Inca, les cuenta que ella tiene “cosas de los incas” y les lleva hasta un pequeño cuarto con paredes de adobe donde guarda una vasija, piedras talladas y un par de hachas de piedra.

De repente esta mujer de 74 años se revela como una hábil negociadora y pide 20 dólares por cada piedra, 100 el hacha y 300 por la vasija. No admite regateos y asegura que hay personas en Estados Unidos y México que pagan esos precios sin titubear. Uno de sus clientes, según dice, llegó a dar 500 dólares por un cráneo que supuestamente era inca. La vendedora sabe que su actividad no está del todo bien, pero argumenta que los objetos los ha encontrado en su propiedad, mientras su esposo ara la tierra. “A ver, ¿qué me va a ir comprando?”, dice para apurar la venta y cortar la charla.

La conservación de las “cosas de los incas” y de otros vestigios pertenecientes a los pueblos que precedieron a los incas no ha sido una prioridad para los países que integran el camino, declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco: Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Perú y Ecuador.

El recorrido ha estado a merced de las autoridades locales de turno, que en algunos casos han favorecido la expansión de las ciudades antes que la conservación de un tramo del camino. Por ejemplo, la avenida Huayna Capac, en Cuenca (Ecuador), dejó bajo el pavimento su historia andina y se convirtió en una vía de cuatro carriles. Otros tramos se han deteriorado por el saqueo de las piedras talladas y la erosión de los muros del camino debido al crecimiento de los árboles de eucalipto que se plantaron a mediados del siglo XIX en los senderos incas como parte de una campaña de reforestación que emprendió el presidente Gabriel García Moreno siguiendo el consejo de París.

El Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC) de Ecuador tardó diez años en recabar la información sobre el Camino del Inca y completar el trazado que está en mejor estado. Los datos se sumaron a la solicitud a la Unesco, liderada por Perú en 2001 y secundada por los otros países de la región andina. Ecuador aportó casi 109 kilómetros a los 600 que finalmente han sido reconocidos.

Las publicaciones del cronista Pedro Cieza de León, en el siglo XVI, sirvieron de sustento para el equipo de investigadores. La arqueóloga Mónica Bolaño cuenta que en el libro La Crónica del Perú hay indicios de ese “camino real” hecho a “manos y fuerzas de hombres” que conectaba a Perú con Chile y Ecuador. El autor además compara el Camino de los Incas con la Vía de la Plata de los romanos.

Aunque se menciona que hay un entramado de caminos de unos 30.000 kilómetros, que fueron construidos por las comunidades pre-incaicas, los incas son los únicos herederos y dueños de la red vial andina que la historia reciente reconoce. A ellos se les atribuye las obras de ingeniería superior que tiene el camino como escaleras, puentes, colocación de calzadas y sistemas de drenaje. Además de la construcción de centros de comercio, producción y culto asentados a lo largo del camino. Solo en Ecuador se han inventariado 49 lugares arqueológicos vinculados al camino.

Ingapirca es lugar más importante y se sabe que en la época de esplendor de los incas era un punto de visita obligada para los caminantes que pasaban de Bolivia y Perú hacia el norte de Ecuador y viceversa. Muchos de estos huéspedes eran los correos humanos, los chasquis, que en un lapso de un mes o mes y medio recorrían el imperio de un extremo a otro para llevar las noticias, según el historiador Patricio Reinoso.

El tramo del Camino del Inca que va de Achupallas, en la provincia de Chimborazo (sierra centro del país) a Ingapirca es el mejor conservado, quizás porque en su mayoría son pasos de montaña que están a 3.000 a 4.000 metros de altura. Los operadores de turismo promocionan este tramo desde antes de la declaración de la Unesco y emplean a algunos arrieros de las comunidades para ayudar al desplazamiento de los turistas. En este recorrido se puede observar los paredones de piedra de hasta tres metros de altura y los túneles que protegían al caminante de la inclemencia del páramo.

Los testimonios de los vecinos son un aporte fundamental para aventurarse en el sistema vial andino. Los indígenas y personas nativas de la zona se han convertido en las guías naturales de la ruta porque saben por dónde avanza “el camino de sus ancestros”. Casi sin darse cuenta transmiten las historias que sus abuelos dejaron en sus recuerdos como que los cerros del camino antes eran volcanes y que a veces dejan ver unos túneles que envejecen a los que se aventuran a entrar.

Los lugareños también piden a los visitantes no cortar ninguna planta sin antes pedir permiso a la pachamama y advierten sobre los soldados rumi o de piedra que aparecen en el camino para cuidar al viajero. Dicho esto, turista y guía se adentran en el camino milenario. Pronto aparecerá la vendedora de “cosas incas” que pregunta a los extraños qué hacen en estas “hieluras”.



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