19 de agosto de 2017
Emociones y alimentaciò: un vínculo complejo
Nuestra dieta puede condicionar nuestro estado anímico y emocional.
Entre la alimentación y las emociones existe un complejo vinculo, tal es así que se denomina con frecuencia a nuestro intestino como nuestro segundo cerebro, pues todo lo que comemos puede tener su causa en las emociones y de igual manera, nuestra dieta puede condicionar nuestro estado anímico y emocional.
Las emociones afectan nuestra dieta
Muchas veces hemos dicho que comemos por placer. La comida no sólo tiene una función nutritiva sino que el acto de comer es placentero, desestresante y por ello, cuando nos sentimos cansados podemos ir en busca de comida, de hecho dormir poco está relacionado con la obesidad, pues la falta de sueño genera estrés y se incrementan en el organismo hormonas que elevan los deseos de ingerir alimentos.
De igual manera, cuando estamos ansiosos o con problemas emocionales, podemos ir en busca de comida para sentirnos mejor, y en realidad, hay alimentos que ayudan a calmar la ansiedad porque en su composición incluyen triptófano, un aminoácido que estimula la liberación de serotonina y nos relaja al mismo tiempo que nos vuelve más felices. Esos alimentos son por ejemplo el chocolate, el plátano, las nueces o el yogur.
Por supuesto, es normal que de vez en cuando nos relajemos y disfrutemos de un momento placentero como es comer un pastel de chocolate, pero la alimentación emocional debe ser controlada, pues no siempre podemos comer cuando estamos cansados, enojados, tristes o alegres, de lo contrario, culminaríamos con exceso de comida. No todo se soluciona comiendo.
Además, está comprobado que cuando comemos para calmar nuestras emociones escogemos más alimentos grasos, lo cual puede desencadenar un exceso de grasas en la dieta, desequilibrando la misma y causando enfermedades. Esto es así, porque nuestros antepasados pasaban mucho tiempo sin comer y en actividad, lo cual es una situación estresante, y su cuerpo fue adaptado genéticamente para que al momento de tener comida escogieran estratégicamente los nutrientes más concentrados en energía como son las grasas. Entonces, las grasas se asocian a una disminución del estrés en nuestro cerebro. Por ello, cuando estamos muy cansados quizá reduzca más el estrés un pastel con nata que una manzana.
Otra prueba de que las emociones afectan nuestra dieta es el hecho de que cuando estamos tristes muchas veces no nos cabe bocado o cuando comemos con nervios la comida nos cae mal. Y en casos extremos las emociones pueden afectar negativamente la digestión provocando un síndrome de intestino irritable que condiciona posteriormente la calidad de la dieta.
En el lado positivo de este vínculo se encuentra nuestra historia emocional, es decir, muchas veces basamos nuestras preferencias o elecciones alimentarias según fueron nuestras emociones en el pasado. Por ejemplo, en mi caso personal adoro las pastas, porque las asocio a mi abuelo y al vínculo emocional que existía entre nosotros. Asimismo, una persona puede preferir determinada comida porque le recuerda gratos momentos afectivos o rechazar una preparación porque se asocia mentalmente a un feo recuerdo.
La dieta afecta nuestras emociones
La alimentación y las emociones están estrechamente vinculadas y eso lo demuestra el hecho de que al comer un dulce generalmente nos sentimos más relajados y mejor, también hemos dicho que hay alimentos que por estimular la liberación de serotonina nos ayudan a sentirnos mejor.
Por otro lado, una dieta saludable nos ayuda a sentirnos bien, pues en el intestino existen muchas terminales que nerviosas que envían información al cerebro y por lo tanto, prevenir alteraciones intestinales así como llevar una dieta de buena calidad, nos ayuda a mantener bajo control las emociones. Llevar una dieta suficiente en micronutrientes, con buena cantidad fibra soluble, probióticos y agua, es un mimo a nuestro aparato digestivo y al segundo cerebro del organismo.
En el opuesto de esta compleja relación podemos decir que una mala alimentación puede producirnos depresión, tal es así que se sabe que una dieta pobre en antioxidantes, rica en grasas trans y escasa en micronutrientes puede dar origen a un estado emocional alterado.
Una alimentación rica en grasas descontrola nuestro reloj biológico, impidiendo la conciliación de un sueño adecuado lo cual se sabe origina estrés y malestar emocional. Como podemos ver, existe un círculo cerrado que vincula a la alimentación con las emociones.
Es una relación dinámica, pues tanto la comida afecta nuestras emociones como a la inversa. Para que nuestra salud sea la que mayor beneficio obtenga de esta relación, claramente ninguna debe predominar por sobre la otra, sino que debe existir un equilibrio.
Un equilibrio entre emociones y comida
Para que la alimentación no sea puramente emocional, es decir, para que la causa de nuestra ingesta no se encuentre siempre en las emociones sino que más bien nuestro consumo de alimentos se ajuste más al hambre real, debemos entender que la comida brinda placer y es un desestresante pero no soluciona nuestros problemas y sólo calma la ansiedad temporalmente.
Si estamos angustiados y buscamos comida, pensemos que no será la solución a esta emoción, sino que podemos recurrir a otras actividades placenteras que no impliquen el consumo de alimentos como son leer, escuchar música, caminar, hablar con un amigo, entre otras.
Si dejamos que ante cada emoción nuestro cuerpo ingrese comida, culminaremos con un exceso de calorías que puede desencadenar obesidad a largo plazo.
Pero si por el contrario reprimimos nuestros deseos de comer algo dulce de vez en cuando también estaremos alterando el equilibrio entre emociones y comida, pues cuando nos permitamos por fin comer un pastel no lo disfrutaremos y posteriormente a su ingesta sentiremos culpa por haberlo hecho, cuando es totalmente normal sentir placer por un poco de dulce.
Entonces, para establecer un equilibrio que no perjudique nuestra salud, debemos controlar la alimentación por emociones y al mismo tiempo, debemos permitirnos de vez en cuando comer por placer, disfrutando de una preparación sabrosa y cargada de emociones, pero si volvemos habitual este acto que vincula emociones y comida, podemos caer en un círculo perjudicial para el organismo.
Fuente:Gabriela Gottau
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