EDUCACION
21 de septiembre de 2017
Las escuelas tomadas: El rol del maestro en crisis
Las escuelas tomadas en Buenos Aires, quizá sean la prueba de algo que ya podía intuirse: no quedan maestros.
Puede parecer una afirmación provocadora y temeraria, pero basta con escuchar la terminología en boga. Se habla menos de maestros y profesores; ahora se alude al "colectivo docente" y a los "trabajadores de la educación", como si la maestría o el profesorado fueran conceptos obsoletos, propios de un pasado "autoritario" que se quiere borrar.
Maestros y profesores son, antes que nada, líderes. Su voz es una voz autorizada y valorada. No buscan el aplauso fácil ni la aprobación cortoplacista. Juegan, muchas veces, el papel antipático de marcar límites, de exigir, de decir lo que "se debe" y no lo que el otro quiere escuchar. El maestro y el profesor tienen autonomía, respaldo y tranquilidad para desempeñar ese papel. Gozan de la confianza de padres y directivos. Se atienen a reglas y supervisiones, pero no quedan maniatados por una maraña de reglamentaciones que recortan su margen de maniobra y su autonomía creativa. Se animan a llamar las cosas por su nombre, porque se saben respetados y respaldados. Si ésos son los maestros, no es absurdo preguntarnos dónde están.
Hoy nos encontramos con docentes apichonados. Entre ellos hay muy buenos maestros y profesores (muchos más de los que quizá nos imaginemos). Pero tienen miedo. Tienen miedo a los alumnos, a los padres, al ministerio, a los sindicatos, a la dinámica incontrolable de las redes sociales, a la corrección política (que parece aconsejarles no ir nunca contra la corriente), a los escraches, a las sentadas y al "sumario fácil". Tantos miedos están a punto de extinguir aquella imprescindible profesión: la de maestro o profesor. Maniatados y asustados, son reemplazados por el "colectivo de los trabajadores de la educación", cuyo liderazgo en las escuelas queda al menos desdibujado.
Se ve en las pintorescas (si no fueran penosas) tomas de colegios. ¿Dónde están los profesores? ¿Dónde está esa autoridad capaz de poner las cosas en su lugar? ¿Dónde está ese referente que puede explicar, orientar y encauzar a los alumnos con el respaldo de su propia investidura?
Muchos padres, impotentes y alarmados, evalúan recurrir a la Justicia frente a las tomas de colegios. ¿Son los jueces los que deben ir a las escuelas a poner autoridad, noción de orden y algún límite?
Los docentes están apabullados. Basta escucharlos: sufren violencia por parte de alumnos y de padres; conviven con amenazas y agresiones. Y se muestran asediados, además, por "tribunales" que los juzgan desde Facebook o WhatsApp. Las redes contaminan las aulas y paralizan a los maestros: funcionan como teléfonos descompuestos en los que la consigna del docente puede verse tergiversada y sometida a "asambleas populares". Los profesores tienen miedo a poner aplazos o amonestaciones. La discrepancia o el debate en las propias comunidades educativas son censurados o al menos desalentados. Lo reflejan las tomas de estos días: ¿están todos de acuerdo? ¿Dónde se alzan las voces discordantes?
Con docentes asustados, los roles se invierten. La voz del profesor se ahoga en un griterío cotidiano que ni siquiera cumple las reglas de una asamblea.
La falta de maestros deja la escuela "liberada". No hay líderes docentes que expliquen a los alumnos que quizá (sólo quizá) la reforma curricular que se propone tenga el objetivo de mejorar su educación y sus oportunidades, y no esté (como supone la rebeldía estudiantil) concebida para arruinarles la vida. Haría falta que alguien les explicara que las prácticas en ámbitos laborales quizás estén orientadas a facilitar su inserción en el mundo real, y no necesariamente a convertirlos en "mano de obra esclava".
Es probable que la reforma pueda tener aspectos discutibles; quizás hagan falta más explicaciones y debates. La mirada estudiantil seguramente deberá tenerse en cuenta. Nadie suscribe hoy la postura del conservador Manuel Fraga cuando impulsaba en la España de los años 70 una reforma educativa que hoy resultaría anacrónica: "¿No consultaron a los alumnos?", le preguntaron. "Ciertamente, no; como tampoco consultamos a los conejos cuando redactamos la ley de caza", dijo con chocante ironía. Entre aquel autoritarismo rancio y estas escuelas tomadas por alumnos debe haber un lugar de moderación y de equilibrio. Es el lugar que deben garantizar los maestros y los profesores, hoy maniatados y acechados por temores.
Director de Periodismo de la Universidad Católica de La Plata
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