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POLITICA

30 de noviembre de 2014

Bonadio, el juez que no conoce el miedo

El magistrado de origen peronista es en estos días el blanco de todas las críticas del Gobierno por el caso Hotesur.

Luces y sombras de un hombre que detesta no tener control de lo que sucede a su alrededor
 Me van a pedir que te tire con todo. ¿Qué tema querés que deje afuera?

- Andá por todo, no me importa nada.

Así conversaron esta semana dos peronistas, abogados, hombres de la Justicia, fiscal y juez, respectivamente. Uno se llama Germán Moldes. El otro, Claudio Bonadio.

El diálogo demuestra varias cosas. La primera, que el juez tiene amigos en todos lados. La segunda, que sabe que el aparato del Gobierno quiere su cabeza, y no tiene miedo.

De familia italiana humilde, desde que en la escuela secundaria La Salle de Florida decidió interrumpir su vocación de seminarista -sólo llegó a novicio- para dedicarse a la política, Bonadío pasó por varias experiencias extremas.

Su bautismo fue como militante de la Juventud Secundaria Peronista, vinculada a la organización Guardia de Hierro. El destino quiso que el 1º de mayo de 1974 -cuando Juan Domingo Perón se quejó de "esos imberbes que gritan"- su columna estuviera pegada a la de los Montoneros que se alejaban de la Plaza de Mayo insultando al líder. Armado con un palo en cada mano, los corrió a los golpes hasta el Obelisco, furioso por la falta de respeto con el fundador del peronismo. La columna montonera era inconmensurablemente más grande que la de la JSP, pero sus compañeros no dudaron en seguirlo, tal vez convencidos de que tenían razón.

Con el golpe tuvo que esconderse. Varios compañeros fueron secuestrados y, como responsable de la "columna norte", se sintió culpable. En un oscuro departamento de Las Cañitas, se juramentó frente a un amigo que nunca más le iba a pasar eso, no tener la capacidad e información necesarias para proteger a los que dependían de él.

Al regreso de la democracia, empezó a militar en el Frente Unidad Peronista (FUP), una mítica agrupación liderada por Eduardo Vaca, que rápidamente se integró al proceso de renovación peronista. En un centro de estudios integrado por varios profesionales que luego ocuparon posiciones de gobierno, conoció a Carlos Corach, quien rápidamente se dio cuenta de su talento, al punto que lo ascendió de asesor a subsecretario Legal y Técnico en pocas semanas.

CORACH LO ASCENDIÓ A SUBSECRETARIO LEGAL Y TÉCNICO EN POCAS SEMANAS

Bonadio ya mostraba entonces su personalidad. Apasionado por su trabajo, eficiente, obsesivo, riguroso, hosco, tozudo. "¿Por qué le tenés tanta confianza?", le preguntaron una vez a Corach. "Porque sabe de derecho, lee todo y no va a permitir que me equivoque".

Cuando Corach logró un acuerdo con el radicalismo para designar jueces, no dudó en darle a Bonadío un juzgado federal. Era 1994. Años después se eternizó, así, como "un juez de la servilleta" donde el entonces Ministro del Interior escribió los nombres que le mostró a Domingo Cavallo para hacer alarde de su manejo en la Justicia.

Sin embargo, desde 1999 que Bonadio no le atiende el teléfono. Y no es que Corach no lo haya intentado. Allegados al ex Ministro dicen que una vez le mandó a decir: "Yo quiero seguir siendo juez". Ni los buenos oficios de conocidos en común lograron quebrarle la decisión. Se cumplió, así, un viejo axioma del poder: todos los jueces amigos dejan de serlo cuando ya no se lo tiene.

Como juez, Bonadio siempre fue controvertido. Sus conocimientos del derecho son precisos, pero es criticado por haberlos utilizado muchas veces en forma discrecional o con prepotencia. Al no provenir de una familia de abogados, ni tener carrera judicial, sino política, sus modales lucen impulsivos y poco educados para los que se le ponen enfrente, con o sin razón.

En el Consejo de la Magistratura, organismo que este oficialismo utiliza para domesticar al Poder Judicial, tiene nueve pedidos de destitución y viejas causas por mal desempeño. Allí, representantes del Gobierno hicieron trascender que buscan afanosamente una foto de Bonadio con Sergio Massa, como si se tratara de un delito. De todos modos, sus amigos dicen que no está con Massa ni con ningún candidato. Que su única pasión es hacer Justicia y que a eso tiene dedicada su vida.

Es verdad que el peronismo fue su escuela y que sabe llegar aún a los rincones más inhóspitos para quien hoy es visto como un enemigo por el Gobierno. Tiene a quién pedirle ayuda cuando la necesita. Sus redes son infinitas. Hasta mantiene un sólido vínculo con el juez Raúl Zaffaroni, de quien jamás se cansa de repetir: "Fue mi profesor y lo admiro intelectualmente".

En junio fue, con su hijo Mariano, a visitar al papa Francisco a Roma. No necesitó ningún intermediario, porque tiene relación directa con él desde los tiempos en que discutió causas de interés pastoral del entonces cardenal Bergoglio. La última, la tragedia en la estación Once, que terminó con la vida de 52 personas. Se trató de un encuentro de índole privada y eminentemente familiar, del que no contó nada ni mostró fotos, pero volvió reconfortado y feliz.

La respuesta de la empresa de la familia Kirchner a la investigación de Bonadio
Al mes siguiente, Bonadio cumplió 20 años como juez y su secretaria le organizó un festejo sorpresa. Los que estaban cuando llegó cuentan que estaba molesto, porque detesta no tener control de lo que sucede a su alrededor, pero después logró relajarse. Hasta el salón, que quedó chico, llegaron María Servini de Cubría, Ariel Lijo, Julián Ercolini, Marcelo Martínez de Giorgi, Guillermo Montenegro, entre decenas de caras desconocidas fuera del mundo de la Justicia.

No tiene custodia y maneja su propio auto, un Honda. Lleva siempre consigo su notebook, a la que no deja jamás fuera de su vista. Sale del juzgado con la notebook y la sube a su auto. Si antes de llegar a su casa tiene alguna reunión o comida, baja con la notebook también.

Igual relación tiene con su Glock, para la que tiene permiso de portación. No la deja ni a sol ni a sombra, por eso jamás se lo ve sin su saco, aunque el calor de un recinto sea insoportable. Hasta duerme con ella al lado. El arma y su increíble destreza lo salvaron a él y un amigo, que fue atacado por la espalda en un asalto. Mató a dos ladrones.

Desde que se separó de Cristina, la madre de su hijo, se le conocieron pocas novias. Vive solo en Belgrano R, aunque es muy familiero. Allegados quisieron invitarlo a comer el fin de semana pasado para expresarle respaldo, pero él prefirió cuidar a su madre de 92, que aún vive en Florida.

Políticos, empresarios, periodistas se preguntan por estas horas cuál es la razón por la que Bonadio se metió solo, y de lleno, en el ojo del huracán K. Se tejen las más variadas hipótesis, desde que quiere iniciar una carrera política hasta que imagina ser ministro de Justicia del futuro gobierno.

BONADIO SIEMPRE LLEVA CON ÉL SU NOTEBOOK Y SU PISTOLA GLOCK

Sus amigos aseguran que lo único que lo mueve es una furia incontenible con la forma en que el kirchnerismo pretende intervenir en la Justicia cuando se acerca el fin de ciclo, desde la falsa democratización hasta la aprobación de códigos Civil y Procesal Penal en trámites exprés. Cuentan, incluso, que movido por la bronca, escribió en apenas un fin de semana un documento con su posición sobre ambos proyectos del Ejecutivo y que se lo hizo llegar a varios candidatos.

Igual, hace bastante tiempo que Bonadio viene expresando su enojo con el kirchnerismo en las causas que le tocan. Entre diciembre del año pasado y enero de este, allanó dos veces la Secretaría de Derechos Humanos buscando documentación en el marco de una denuncia por irregularidades en el manejo de indemnizaciones a ex presos políticos y víctimas de militares y grupos paraestatales. En marzo llevó a juicio oral al otrora poderoso Guillermo Moreno en la causa que inició Jorge Todesca por abuso de autoridad. En agosto, procesó a Amado Boudou por falsificar los papeles de su auto.

Nadie que lo conozca de verdad consideró necesario preguntarle por qué se metió a seguir la ruta oscura de la fortuna de la familia Kirchner. Conocen la respuesta. Al que pregunte, Bonadio le clavará la mirada y sin que se le mueva un músculo de la cara, contestará, liviano: "Soy juez. ¿Qué otra cosa podría hacer?".

 



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