POLITICA
19 de agosto de 2019
¿Cómo pudo Literary Digest equivocarse tanto?
Los expertos niegan esa hipótesis, la historia también.
Nadie sabe muy bien cuál es la explicación para el desacierto. ¿Será la pequeñez de la muestra?
A los encuestadores actuales, que trabajan con nuevas tecnologías, parecen sin embargo acrecentar los viejos problemas de la estadística tradicional. Más textos de la columna "Invenciones", aquí.
Argentina posee un universo de unos 32 millones de votantes. Preguntarle a cada uno por quién votaría es una tarea inviable, por lo que las encuestadoras extraen una muestra, que en la actualidad suele componerse de unas mil personas, a partir de la cual intentan predecir cómo lo hará el resto.
En ocasión de las Paso, la que más se acercó predijo casi ocho puntos de diferencia a favor de los Fernández, lejos de los más de 15 que arrojó el escrutinio. Nadie sabe muy bien cuál es la explicación para el desacierto. ¿Será la pequeñez de la muestra? Los expertos niegan esa hipótesis, la historia también.
Por qué desconfiar de los promedios de las encuestas electorales
En 1936, el presidente de Estados Unidos, Franklin Roosevelt se medía en elecciones con el millonario Alfred Landon. En ese momento, los ciudadanos estadounidenses habilitados para votar eran unos 40 millones. La revista Literary Digest realizó por correo una encuesta faraónica en la que logró construir una muestra de 2.226.566 votantes. Predijo que Landon ganaría con el 57 por ciento de los votos. Se recuerda la frase de la primera dama, Eleanor Roosevelt, al conocer el resultado del sondeo: "La reelección de mi marido está en manos de los dioses". Pues deben haber sido dioses expertos en campañas electorales porque el 3 de noviembre de ese año su marido ganó con el 60,8 por ciento de los votos.
¿Cómo pudo Literary Digest equivocarse tanto? Evidentemente no se debió al tamaño de la muestra, aunque sí al sesgo involuntario en la selección de los encuestados, que fueron reclutados en la guía telefónica y en las membresías del Rotary Club. No cualquiera tenía un teléfono en 1936 o era miembro del Rotary. Y los "no cualquiera" tendían a votar por Landon.
Con el correr de los años, la expansión tecnológica apareció como una oportunidad para construir muestras más representativas. El teléfono se masificó y la llegada de los celulares e internet aumentó los canales de información. No obstante, en los últimos tiempos se hizo evidente que a los encuestadores actuales les cuesta capitalizar las nuevas tecnologías en términos de certezas. Al contrario, parecen acrecentar los viejos problemas de la estadística tradicional.
Una razón, tal vez, sea que la capa tecnológica es tan compleja, fraccionada y diversa como el universo social que se quiere medir a través de ella. Los teléfonos fijos se volvieron exóticos; la base de datos de los celulares no contiene a los que se usan con tarjetas, lo que excluye de la muestra a los ciudadanos más empobrecidos. La tecnología no es un lente transparente para examinar la sociedad, es la sociedad. Tan dinámica y errática como esta. Para colmo de males, como dijo hace casi un siglo el físico danés Niels Bohr: "Hacer predicciones es muy difícil, sobre todo si se trata del futuro".
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