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5 de febrero de 2020

Joven violinista japones es estrella en el mundo

A sus 26 años, Fumiaki Miura, nacido en Tokio, es una estrella en su país y un descubrimiento en la escena internacional: Foto: Àlex Garcia

El violinista Fumiaki Miura extasía al público con un virtuoso ‘Concierto para violín' de Chaikovski, está invitado en los principales festivales de clásica.

Vestido a la moda japonesa, con camisa holgada y pantalón pitillo, y con una mecha rubia que le cubre parte del flequillo, Miura sorprendía sobre todo por su actitud queda en escena, e incluso algo distraída en los pasajes únicamente orquestales, cuando dejaba balancear su Stradivarius de 1704 como si fuera un bolso. Este violinista flotante que economiza en gestos se ha convertido en el violinista predilecto de algunos de los grandes maestros y está invitado en los principales festivales de clásica.

“Es curioso porque tocas como si estuvieras haciendo música de cámara pero el resultado es un sonido grande”, le comentaba el crítico de La Vanguardia Jordi Maddaleno en conversación posterior. “Me gusta eso que dices, sí”, confesaba el artista tras unos segundos de reflexión.
Miura destaca por su economía de movimientos en escena: 'Moverse es una forma de perder sonido', dice (Àlex Garcia)
Para Miura, moverse, ser expresivo con el cuerpo es una forma de perder sonido, de embrutecerlo. “Otros violinistas se mueven, flexionan las piernas, ladean el torso buscando la magia, pero le puedo asegurar que en los instrumentos de cuerda el sonido lo hacemos solo con la mano derecha”, comentaba en otra ocasión este fan de los clásicos del violín, como Yehudi Menuhin o Isaac Stern.

Hace ya una década que Pinchas Zukerman se convirtió en su mentor y de él sigue recibiendo consejos. De hecho, la próxima vez que visite Barcelona será bajo la batuta del violinista y maestro israelí. Por el momento queda en el recuerdo la sensibilidad demostrada en la temporada de grandes orquestas de L’Auditori, con una rutilante y compacta Sinfónica de la Radio Frankfurt.

Miura interpretaba el siempre emocionante Concierto para violín de Chaikovski, una de las obras más populares pero también de las más difíciles para este instrumento. Y lo hizo despojándolo de esas dosis extra de romanticismo que por lo general se le atribuye a la genialidad de Chaikovski. El intérprete de Tokio hizo una versión menos edulcorada, acorde con el tormentoso momento que el compositor ruso estaba atravesando cuando escribió esta obra, en Suiza, junto al lago Léman, a donde fue a recuperarse de una depresión y un intento de suicidio tras su desastroso matrimonio con Antonina Ivanovna Miliukova.
“Lo he tocado mucho este Concerto, pero esta vez, en esta gira, estoy descubriendo lo duro que es. Y me ha gustado el sonido de esta sala. Con esta magnífica orquesta tenemos una escucha muy atenta, de ellos conmigo y a la inversa, y en L’Auditori ese diálogo me ha gustado especialmente. Cada día cambiamos cosas de dinámica, fraseo... No se trata de hacer siempre lo mismo”.

Así se expresaba el solista en el camerino al finalizar su actuación, la sexta de esta gira que le lleva por distintas ciudades españolas (la última es Zaragoza) en fechas consecutivas. En cada uno de los auditorios que ha visitado ha recibido el calor del público. Y especialmente en Barcelona, donde extasió al público y al que agradeció sus aplausos con un bis, el Allegro de la Sonata para violín núm. 2 de Bach.
Un momento del ensayo con la Orquesta Sinfónica de la Radio Frankfurt en L'Auditori (Àlex Garcia)
La formación alemana inició el programa con el poema sinfónico de Modest Mussorgsky Una noche en el Monte Pelado (1867) inspirado en el cuento de Gógol, y finalizó Richard Strauss, nada menos. Primero abordó el poema sinfónico Don Juan (1889), una de sus primeras obras sinfónicas, para finalizar a lo grande con la Suite de El caballero de la rosa (1910), la ópera con la que regresaba a la ópera ligera mozartiana tras abrir la puerta a la atonalidad y el paroxismo expresionista con Salomé y Elektra.

En definitiva, otro Everest, en este caso orquestal, que Orozco condujo con nervio, luciendo virtudes melódicas y ritmos de vals. Al final, la euforia del público tuvo su recompensa, y de un vals y un Strauss pasó Orozco en la propina a otro vals de otro Strauss. En este caso Josef, con cuya Polka invitó a la audiencia a hacer palmas para cerrar una gran noche de la clásica. Hasta la próxima.



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