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AGROPECUARIA

27 de julio de 2015

Las chacra de los viejos va viendo su fin

El promedio de edad de los productores de la región es de "entre 60 y 65 años". Preocupa la falta de recambio generacional: "Hoy no se ven jóvenes" en los montes, advierten.

"Nunca, nunca les dije a mis hijas que se queden en la chacra, ¡ni loco! ¿Para qué? Esto se veía venir, desde hace años y años. La verdad es que no le deseo a nadie que pase todo lo que yo he pasado acá en la chacra. Es lo de uno, yo lo llevo en la sangre, pero es un trabajo duro, muy duro, donde uno hace lo mejor que puede: produce y cuando entrega la fruta tiene que ir a rogar por una limosna", dice "Cholo" Martín, sin titubear.

Hace mucho más de medio siglo que las tierras de una chacra de 12 hectáreas, ubicadas en J. J. Gómez, son trabajadas por sus manos. Nunca un fin de semana libre en temporada, nunca un viaje veraniego en familia, como tantos otros hacedores del sector primario. "Tanto sacrificio y las cosas tan mal, tan mal...", repite Cholo. Dice que es la última generación de chacareros en su familia.

Es más que una chacra: un modo de producir, un modo de vida, dicen.

"Por suerte", explica, su hija mayor trabaja hace 30 años en el Poder Judicial, y la otra hija en una empresa de Neuquén. "Ellas están bien", se tranquiliza.

Cholo tiene 77 años y sabe el futuro que tendrá su chacra. No le da muchas vueltas al asunto. Es lo mismo que le pasa a muchos de los productores "chicos" de la región. No hay quien siga el negocio. El recambio generacional que caracterizó al Valle durante décadas, en muchos casos, se ha truncado.

"Está quedando un tendal. Los únicos que van a subsistir ¿quiénes van a ser? Las empresas. Ya se quedaron con todo", se lamenta.

Sólo entre 2013 y 2014 unos 300 productores de peras y manzanas del norte de la Patagonia bajaron la persiana o, para ser más exactos, cerraron la tranquera, según datos extraoficiales. Para siempre. No cambiaron una actividad productiva por otra en búsqueda de mayor rentabilidad, directamente formalizaron el trámite de baja como productores agropecuarios.

Como muchos lo vaticinaban desde hace más de 30 años, miles de productores dejaron de dedicarse al trabajo de la tierra. Así también lo reflejaron los censos nacionales y provinciales. A las causas económicas se fueron agregando consecuencias sociales.

Sostener la producción, cada vez más difícil.

¿Por qué es tan difícil sostener la chacra?

Para Belén Álvaro, docente e investigadora de la carrera de Sociología de la Universidad Nacional del Comahue, sólo es posible entender la situación de la fruticultura hoy, desde el punto de vista sociológico, si historizamos el proceso de surgimiento y consolidación de la actividad y el papel jugado por el Estado y el mercado. La actividad frutícola surge, a comienzos del siglo XX, como una forma social de producción denominada producción familiar capitalizada con las siguientes características: acceso a la propiedad de la tierra mediante crédito, posesión de un capital productivo, importante involucramiento de la fuerza de trabajo familiar y capacidad de continuar produciendo aun a costa del aumento de la autoexplotación. A lo largo del siglo XX la chacra persiste, resiste y en algunos casos se expande hasta la década del 70 que marca el inicio de un proceso de polarización de la cadena, donde los sectores vinculados a la comercialización se ven beneficiados en detrimento del sector primario independiente, dice la especialista. Esta etapa se acentúa hasta dar lugar a una rápida y cambiante concentración empresarial -como la de la actualidad- en la que se profundizan las formas oligopsónicas (pocos compradores de fruta) y en la que las empresas avanzan en la producción primaria disputándole capacidad de negociación a los chacareros.

Hace años las alternativas eran reducidas, pero para muchos no había opción: la chacra era un mandato familiar. En las últimas décadas algo cambió: "El que pudo mandó a educar a sus hijos. Que estudien una buena carrera, un oficio, una profesión que les sirva, porque esto ya no se veía bien", explica Julio, otro productor de pepita de Roca.

"¿Qué íbamos a hacer, dejar nuestros hijos que se queden a morir con nosotros?, opina Alberto, un hombre bajito y arrugado que pide firme: "Nada de fotos".

Para Álvaro, quien integra además el Grupo de Estudios Sociales Agrarios (GESA) de la UNC, la falta de recambio generacional a la que hacen referencia los propios productores se explica por el cambio en las condiciones de producción: el mercado ha ido ganando presencia no sólo en la producción sino también en la reproducción doméstica de las unidades familiares. Lo que antes para una familia se presentaba como una oportunidad de vida, una forma de ser en sociedad, es hoy una marca de inviabilidad que los hijos de los productores muchas veces deciden no cargar.

En toda la región las chacras en producción ya no son lo que eran. Una postal valletana del 2015 "seguramente marcará la historia", dice Alberto, propietario de seis hectáreas en producción. "Ustedes ya sacaron, no sé cuántos millones de kilos se perdieron este año, más de 300.000 toneladas leí, miles de hectáreas están en venta (por la publicación de este diario del 5 y 12 de julio).

Los hijos le dicen que ya basta, pero Jorge Yop se puso un plazo: si las cosas siguen sin modificarse, "en un año largo todo".

¿Qué más hay para decir?".

En el Alto Valle la edad promedio de los fruticultores que permanecen al frente de las chacras es de 60 años. "Hay algunos más jóvenes, pero son pocos. En la zona de Roca y alrededores hay muchos más que incluso pasan los 70", explica Daniel Pérez, dirigente del sector primario.

Ya el Censo Agropecuario Rionegrino (CAR) 2005 señalaba que el 38% de los productores de fruta de la región del norte de la Patagonia tiene más de 60 años. El porcentaje de productores con menos de 40 es del 15%; entre 40 y 50 años el 20%, entre 50 y 60 años el 27%.

Se estima que en producción, de las más de 50.000 hectáreas que se dedicaban mayoritariamente al cultivo de variedades de pepita en todo el Valle, hoy "debe quedar un 40% menos", resaltan desde el Consorcio de Riego de Segundo Grado, que administra el servicio a lo largo y ancho de toda la región.

"Hoy la única forma de que esto empiece a cambiar es que haya rentabilidad. Faltan políticas de gobierno, ¿por qué en todos lados venden su fruta y la pagan? ¿Por qué pueden exportar? Nosotros no queremos ayudas, queremos que nos den lo que corresponde, que no nos saquen de más", agrega Cholo.

"¿De quiénes son las culpas? Y sí, nosotros también tenemos que ver con toda esta crisis. Las culpas son compartidas, quizá en los años en que fue mejor no supimos hacer las cosas bien...", piensa el productor.

La investigadora Belén Álvaro interpreta que es la dinámica excluyente actual la que ha generado una fragmentación social muy sensible entre los chacareros que muchas veces ha impedido que algunas experiencias asociativas o la búsqueda de soluciones en conjunto para hacer frente a los imperativos del mercado, no lleguen a buen puerto: más que una cuestión idiosincrática, como suele pensarse, lo que existe es un mercado receptor de fruta con un alto grado de competencia entre las unidades. Salvo experiencias cooperativas muy valiosas, la segmentación e individualización de quienes integran la producción familiar capitalizada está determinada por la manera en que se relacionan con el sector comprador de la fruta y no por una característica propia de los chacareros.

"Un año más. Mis hijos me dicen 'ya basta' pero yo ya me puse ese plazo: si las cosas no cambian, no se mejoran, en un año dejo todo". Jorge Romualdo Yop es un conocido productor roquense. Su fruta durante décadas inundó el mercado europeo y el de otros países más cercanos. Peras y manzanas de variedades nuevas, fruta de calidad. Vivió las épocas buenas y también los vaivenes de la economía que lo dejaron contra las cuerdas. "Mi hermano y yo teníamos muchas más hectáreas que ahora pero nos vimos obligados a vender. Hoy el que no se achica no se puede defender", dice.

Frente a la avanzada del mercado, la chacra se ha defendido como pudo, desplegando estrategias que fueron desde la profesionalización de las tareas productivas para lograr mayor eficiencia y la reducción del trabajo familiar hasta llegar incluso a la descapitalización y pérdida de la tierra productiva por venta o remate, señala Álvaro.

Eduardo Yop (izq.) se dedica ahora al desmonte. Su hermano Marcelo es farmacéutico, y sólo su padre Jorge sigue en la chacra.

Pese a todo, Yop sigue al frente del emprendimiento frutícola, ubicado sobre calle Yapeyú, muy cerca de la Ruta Nacional 22. Sus hijos tomaron su propio camino, cuenta: "Uno es farmacéutico y el otro se dedica a erradicar montes y producir césped en panes. Y sí -bromea- él conoce ahora la situación, pero nosotros la sufrimos más que nadie".

"Los chicos son más prácticos, una vez que pasan el secundario vuelan y la fruticultura es muy incierta", cuenta. Marcelo y Eduardo Yop, hijos de Jorge, saben que "la chacra es la vida" de su padre. Pero ambos decidieron seguir "otro camino" sin sobresaltos ni injusticias.

"El costo de producir es muy grande. Nadie puede seguir adelante con los costos de hoy. Antes uno vendía una alameda y una camioneta y podía seguir. Pero hoy ni vendiendo diez camionetas alcanza. En el Valle hay 50.000 hectáreas pero yo no sé si van a quedar 20.000. Hasta las firmas grandes están erradicando sus montes y no vuelven a plantar". Hoy en día el productor sostiene la chacra no solo con mucho esfuerzo sino también con recursos que provienen de otros negocios familiares. "La chacra no da -repite- duele verlo, pero es así". "Un año bueno y tres o cuatro malos"

 

"Siempre estuve en la chacra, desde chico, y en esos años tuve suficiente... entonces decidí cambiar de rumbo. Económicamente es muy duro de llevar adelante, tenés años muy injustos, como éste, y traté de hacer algo más redituable", explica Eduardo Yop, hijo de Jorge. Hoy tiene maquinarias para erradicar viejos montes y también produce césped en pan. "Duele ver al viejo toda la vida rezongando con la chacra, con la gente, para vender, para cobrar... Él lleva ya tres reconversiones y esto sigue igual... es la realidad, no hay generaciones nuevas", dice el hombre, de 44 años.

Su hermano Marcelo es farmacéutico. Siente no poder estar al lado de su padre, en la chacra, pero explica que se volcó a otra actividad "por lo duro que es la chacra". "No por el trabajo en sí, sino por todo lo que implica -dice-. La inestabilidad". Que un mal año eche por tierra todo un año de labor, que la piedra destruya una cosecha o que el galpón no pague lo que debe. Que después de un año bueno, "vengan 3 o 4 malos".

"Mi padre hizo un doble juego: siempre nos mostró la pasión por la chacra, pero también nos inculcó la importancia de estudiar", pero "fue muy difícil, ya cuando estudiaba -agrega Marcelo- las cosas estaban complicadas y hoy es triste, pero ya no queda gente joven en las chacras. Para él es muy difícil, todo los años dice que es el último, pero no es sólo una chacra, es su vida, la de su familia, la de mi papá, la de mi abuelo...".

Fuente: Natalia López



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