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CULTURA

19 de septiembre de 2016

El español de todos y de nadie

La precariedad laboral y la necesidad de atender a un mercado de 22 países con sus variantes hace que se traduzca a un idioma plano y sin matices. El problema del “neutro”.

Hace unos años, el escritor vasco Bernardo Atxaga se encontró con el sueco Göran Tunström, fallecido en 2000, en la Feria del Libro de Gotemburgo.

"He leído tu libro ‘El oratorio de Navidad’ y tiene un lenguaje muy elegante", le dijo el autor de Obabakoak, que entonces acababa de publicar en Suecia “El hombre solo”. "¿Elegante?", le respondió sorprendido el nórdico.

"Mi sueco no es nada elegante". Algo se debió haber ganado en la traducción. La misma sorpresa se habría llevado William Faulkner de haber leído una vieja versión en español de su novela “El ruido y la furia”. Donde él escribió "3 Merry Widows. Agnes, Mabel, Beckie", en referencia a un prehistórico condón de aluminio, el intérprete tradujo que había tres mujeres en el prado.

El error no dejaría de ser una anécdota si no fuera porque el hallazgo del preservativo es capital en la novela.

La historia de la traducción literaria en español, igual que la de otros idiomas y disciplinas, está salpicada de curiosidades. Pero no sería justo ensañarse con sus profesionales porque evitan muchos más errores de los que cometen y porque lo hacen en una proporción insignificante para el mar de traducciones que se publican cada año dentro de un sector, el editorial, muy tocado por la crisis, que en 2015 facturó 2.257 millones de euros, un 30,8% menos que en 2008, según la Federación de Gremios de Editores. 12.858 títulos, el 16,2% de la producción editorial -en el mercado anglosajón ronda el 5%-, son traslaciones de otros idiomas, alrededor del 50% del inglés, y su peso económico es aún mayor, porque son los autores en lengua foránea quienes arrasan en ventas.

El sector de los traductores no está en condiciones de bajar la guardia en lo laboral -las tarifas se hallan muy lejos de las que se pagan en Francia o Alemania-, como tampoco lo está de caer en la autocomplacencia profesional, a tenor de la realidad que expresa el escritor, traductor y crítico literario Eduardo Lago.

"Lo que se traga el lector medio incluso en buenas editoriales son traducciones mediocres que no suenan a español. Suenan a traducciones", dice.

"El traductor profesional medio no alcanza la calidad literaria del original en la mayoría de los casos. Para traducir Finnegans Wake haría falta un traductor que tuviera el talento de Joyce. ¿Existe? No. Hay algunos profesionales muy buenos, pero las editoriales no les dan tiempo suficiente para hacerlo bien".

Luisa Gutiérrez, directora editorial de RBA, admite que a veces ocurre: "Intentamos dar el plazo necesario, pero no siempre es posible. Si queremos formar parte de un lanzamiento mundial, hay que ajustarse a la fecha de salida".

El problema de la traducción que suena a traducción, no exclusivo del español, ya lo anticipó Julio Cortázar cuando habló en “La vuelta al día en ochenta mundos” (1967) de la existencia del traductese, que María Teresa Gallego, veterana y reputada traductora, define como un español perfectamente correcto que sin embargo "no suena a castellano y tampoco al escritor traducido, sino a cualquier escritor de la misma época".

"Por una parte está el problema de que, aunque siempre lo ha hecho, últimamente manda mucho el mercado latinoamericano. Está, indudablemente, la influencia del inglés y también la tendencia de las editoriales a quitar palabras o giros que al lector puedan extrañarle", apunta.

"Pero también observo que las nuevas generaciones de traductores leen mucho menos y generalmente contemporáneo, y que, por las razones que sea, no son lo bastante atrevidos y no levantan el vuelo", dice.

"Quizá tiene que ver con que se ha aumentado la velocidad de exigencia porque se entiende que el ordenador facilita las cosas. Pero precisamente eso ha llevado a muchos a suprimir una etapa del proceso: la segunda traducción, la que debe hacerse del castellano al castellano una vez que ya se tiene la primera versión, para que la espontaneidad suba sola. El problema es que entregamos muy en caliente".

¿Realmente es necesario cambiar la palabra coger en Argentina, por tomar, agarrar o asir, que no siempre son intercambiables, para no herir sensibilidades y poder comercializar una única versión de un libro a los dos lados del Atlántico?

¿Tan grave es que un español se tope con la palabra boludo en lugar de gilipollas, que lea cómo a un personaje lo vosean en lugar de tutearlo o que tenga que detenerse hasta descubrir, si no lo sabe, que frutilla significa fresa?

¿Por qué eliminar toda palabra que a un lector pueda extrañarle o todo rastro de un localismo? ¿Por qué darle la vuelta a la frase alambicada escrita por Balzac o maquillar el lenguaje vulgar de un escritor de medio pelo?

Son prácticas extendidas conocidas en la jerga como planchado y que, en palabras de Sáenz, tienen su origen en la "desconfianza de los editores en el lector y el desprecio del traductor. En ambas orillas".

"Ha habido un intento por parte del sector editorial de crear un español neutro que les permitiera distribuir las traducciones a los dos lados del Atlántico sin tener que hacer ediciones específicas, y eso no puede ser", dice Fortea. Como en todo, hay grados, y los traductores se quejan de que, en general, son las editoriales más grandes las más intransigentes.

"Como editora de literatura extranjera, dejo bastante libertad al traductor. Pero, si no es muy forzado ni va en detrimento de la fluidez del texto, sí que procuramos evitar verbos como coger", asegura Lola Martínez de Albornoz, de Alfaguara, editorial que lleva a cubierta el nombre del intérprete de los libros y que ahora mismo celebra el éxito de “El libro de los Baltimore”, de Joël Dicker, también líder de ventas esta semana junto a otros cuatro autores que escriben en un idioma distinto al español.

Adriana Hidalgo, responsable del sello argentino de igual nombre, se pronuncia: "No creemos en los idiomas neutros que uniformizan y apagan matices, pero evitamos los localismos innecesarios".

Es curioso. A nadie le molesta en España que Cortázar suene a Argentina ni en este país ponen pegas a un libro escrito por Javier Marías en español de Madrid, como no molestaba durante el franquismo el acento latinoamericano de los libros que entraban de forma clandestina ni hoy el del doblaje de las películas de Disney. "El texto del traductor parece disfrutar de menos derechos que el del escritor", dice Fortea.

"Si queremos mantener la riqueza del español, luchar contra la globalización y contra el imperio del inglés, tenemos que valorar las variedades de nuestra lengua", añade la traductora Elia Maqueda.

"No creo que el español de toda Latinoamérica pueda neutralizarse; para que eso ocurra, habría que borrar identidades, sabores, historia y absolutamente todo lo que enriquece e identifica una lengua", señala Wendy Guerra. La escritora ha participado en la traducción de “Breve historia de siete asesinatos”, un libro sobre el intento de acabar con la vida de Bob Marley en 1975 que Malpaso encargó a Javier Calvo.

Escrito por el autor jamaicano Marlon James, la editorial entendió, tras recibir la primera versión, que lo mejor que podía hacer para respetar el original, mezcla del inglés y del inglés criollo que se habla en Jamaica, era encargarle a Guerra la reescritura del patois. "Nos dimos cuenta de que se perdía el aire tropical de los diálogos jamaicanos", dice el editor Malcolm Otero. 

“Breve historia de siete asesinatos” representa un caso singular en las traducciones desde el inglés, el emperador del mundo, que como tal está dejando un rastro evidente también en el español y que, según Calvo, "hace que nos estemos perdiendo una gran variedad de experiencias culturales y literarias para acabar leyendo siempre a los mismos".

En el ensayo sobre el oficio “El fantasma en el libro” define esa dominación -que aceptamos con la ayuda del periodismo y la crítica- como "darwinismo económico".

La primera razón de que la mitad de las conversiones de idiomas extranjeros al español sean desde el inglés tiene que ver con la facilidad del editor de dar salida a libros firmados por autores como Philip Roth, Paul Auster, etc.

Y alerta: "Cuando se traduce del inglés (…), casi siempre se dejan calcos y residuos del original porque el anglicismo se considera más moderno y sofisticado. (…). Se suele importar bastante vocabulario y se copian muchos giros sintácticos y expresiones". Él cita Internet, hispter, brunch, empoderamiento…, y Martínez de Albornoz añade una expresión que le irrita: "Dame un respiro", del give me a break.

 

El fantasma en el libro



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