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CULTURA

23 de mayo de 2017

Revivimos la Semana de Mayo, a 207 años de la formación del primer gobierno patrio.

El miércoles 23, contados los votos del Cabildo abierto del día anterior, parecía que los patriotas se saldrían nomás con la suya, pero no se imaginaban que por esas horas se tramaba una salida amañada.

La demora en dar a conocer la renuncia de Cisneros y la composición de la junta que habría de suplantarlo, inquietó a muchos vecinos que acudieron a la plaza de la Victoria en busca de novedades. Detrás de bambalinas, el maquiavélico síndico Julián de Leyva movía las piezas para zafar de la difícil situación en que se encontraba el bando que apoyaba al virrey.

La situación pasó de castaño a oscuro cuando corrió la voz de que la junta de gobierno estaría encabezada por el mismísimo virrey depuesto, e integrada por cuatro vecinos notables, cuyos nombres no se daban a conocer porque aún no contaban con la aprobación de Cisneros. Se decía, además, que dos vocales serían españoles de confianza y los otros dos, del bando opositor que había ganado la votación.

Aunque la integración de la junta no tomaría estado público sino hasta el día siguiente, habían comenzado los contactos informales para allanar el camino, sobre todo para lograr el consentimiento de los comandantes, especialmente de Cornelio Saavedra, pieza decisiva para inclinar la balanza hacia un lado u otro. 

Esa tarde, pasada la hora de la siesta y repuestos del trasnoche del martes, los habituales miembros del conciliábulo opositor al virrey se reunieron en casa de Rodríguez Peña. Allí intercambiaron información fidedigna mezclada con los rumores que, por esas horas, corrían de boca en boca. La mayoría de los presentes confiaba más en Castelli –cuyo nombre circulaba con insistencia como integrante del nuevo gobierno- que en Saavedra, a quien veían más proclive en seguirle el juego a los del Cabildo. La única certeza era que el bando oficial se publicaría en las primeras horas del jueves, y que hasta tanto sólo cabía esperar.

French y Beruti, jefes de La Legión Infernal, intercambiaron miradas y partieron a alistar la gente de los cuarteles (barrios) para que estuvieran alerta y preparados para salir a arrancar los bandos de las esquinas si los nombres no gustaban.

Por cierto, todo esto pasaba en Buenos Aires. El resto del extenso virreinato, sumido en la apacible vida colonial, permanecía en ascuas de lo que ocurría en la metrópoli.

Las horas que siguieron fueron de gran tensión.

Fuente:Colegio Facundo Quiroga

 



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