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EDUCACION

3 de noviembre de 2018

La hora de decidir: La elección de la carrera

Cómo ayudar a los adolescentes a elegir su carrera en el final de la secundaria.Foto:Getty

Por: Redacciòn FM Fleming"Magazine"

¿Querer es poder? Decía Aristóteles: “Allí donde se cruzan tus talentos y las necesidades del mundo, está tu vocación”.

 ¿Alcanza acaso con soñar algo, con desearlo tanto como para que pueda convertirse en vocación? 

Llega quinto año de la escuela secundaria y todo es revolución. Los adolescentes transitan el último año de escolaridad obligatoria y entre la alegría del viaje de egresados, las salidas entre amigos y la fiesta de colación, el reloj marca la llegada de un nuevo camino: la universidad o el mercado laboral. 
Ese proceso de elección para muchos resulta confuso y por ello no logran decidir qué hacer con su futuro. 

Cada vez más, vemos cómo tanto en la toma de decisiones como en ciertos aspectos más comunes de la vida diaria se desmoronan las teorías genetistas para dar lugar a explicaciones a esos fenómenos desde un punto de vista socio cultural. Es decir, nadie nace para sino que cada uno se va construyendo como ser humano, como ciudadano y como profesional dentro de un contexto social que lo moldea y lo define.

¿Querer es poder? Decía Aristóteles: “Allí donde se cruzan tus talentos y las necesidades del mundo, está tu vocación”. ¿Alcanza acaso con soñar algo, con desearlo tanto como para que pueda convertirse en vocación? Si seguimos al maestro estagirita podríamos afirmar que con el deseo solo no alcanza, se precisa asimismo del talento y, cada vez más en un mundo altamente competitivo, de lo que él llamaba necesidades del mundo y que hoy podemos mencionar como demanda del mercado.

Algunos autores, al referirse a la cuestión de la vocación –que quizá podríamos llamarla también deseo a largo plazo- describen tres períodos en la formación de este anhelo: el primero es la elección de fantasía, que podemos observar en los primeros años de la infancia, aproximadamente entre los seis a once años, en donde los niños sueñan e imaginan su futuro con el único límite de su propio contexto. En esta etapa llevan a cabo todo tipo de roles: son médicos, cantantes, pilotos de autos, actores o actrices exitosos y llenos de fama…, acá no prima la razón sino el deseo; un deseo, naturalmente, acorde al entorno ya que a la par de descubrir sus habilidades y aptitudes también el niño va identificando roles a los cuales se siente ajeno o sin sentido de pertenencia como para soñar con él. Es decir, cada uno sueña con lo que puede, con lo que conoce, con lo que siente que puede apropiarse. Y así, identifica situaciones con la que se siente cómodo y feliz y otras con la que sucede todo lo contrario.

El segundo período abarca desde los 12 hasta los 17 años y es en este momento en que los niños y adolescentes toman consciencia de las cosas que podrían o no realizar, de lo que puede convertirse en realidad y lo que sólo pertenece al mundo de los sueños, es el momento en que perciben sus talentos y habilidades. O sienten que no tienen ninguno. O toman conciencia de que sus deseos no son suyos sino que responden a expectativas paternas, tradición familiar, etc. a la que muchas veces es muy difícil oponerse.

Finalmente, el tercer período se describe a partir de los 18 años y es donde se supone que se puede ver la realidad y analizar objetivamente lo que se desea para el resto de sus vidas. Naturalmente, las presiones que se describieron en el punto anterior siguen presentes y es definitorio tanto la madurez y fortaleza a la hora de tomar una decisión como el hecho de que se hayan tenido o no una familia y una escuela que los estimulen y alienten a progresar y superarse o bien que ésta solo haya servido para acrecentar la sensación de impotencia y frustración. Decía M. K. A. Halliday: “lo que la escuela no ha podido prevenir lo deja para que lo cure la sociedad”. Y la sociedad, sabemos, tiene otras urgencias.

Por lo tanto, vemos que eso que llamamos vocación está fuertemente influenciado por  la familia, la escuela, el barrio y, por supuesto, el deseo personal que, como vimos, se encuentra asimismo afectado por factores ajenos a uno mismo.

Hasta fines del siglo XIX, la posibilidad de ascenso social tenía tres caminos: sacerdote, militar o abogado. Cada familia modesta soñaba con que su hijo pudiera iniciarse en alguna de estas áreas.

El siglo XX vio llenarse el país de inmigrantes que apenas si traían consigo sus ansias de progreso y, en ese entonces, uno de los sueños más preciados era lo que describió Florencio Sánchez tan magistralmente en el sainete: M´hijo el dotor. Un hijo en la universidad coronaba una vida de privaciones y esfuerzos y posicionaba esa familia varios peldaños subjetivos más arriba en la escala social, es decir, lo que P. Bourdieu describió como capital social.

El siglo XXI nos plantea el desafío de pensar que a las dos premisas aristotélicas podamos sumarle una tercera: la felicidad. Alguien dijo alguna vez: quien encuentre el trabajo que le haga feliz nunca más sentirá que está trabajando. Hacer lo que a uno le hace feliz le permite hacerlo con pasión, que no es sino lo contrario a la rutina y el tedio. Volvemos entonces a la vocación y vemos que llevarla a cabo no es sino un estado de felicidad que experimenta quien disfruta de su trabajo. Cualquiera sea este.

Por lo tanto, vemos que al hablar de vocación no puede omitirse los conceptos de igualdad de oportunidades, de educación inclusiva, de niñez plena, de amor, solidaridad, altruismo.

El mundo laboral actual es duro, competitivo, complejo. Generar las condiciones para que cada uno pueda conocer, estimular y desarrollar sus habilidades que luego le permitan insertarse en un mercado en el que pueda materializar sus sueños y a partir de ahí ver plasmada la felicidad quizá pueda verse como una utopía pero para poder hacer un mundo mejor, lo primero es imaginarlo.



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