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EDUCACION

15 de abril de 2019

Mi hijo tiene problemas al hablar

El lenguaje no se puede concebir separado de lo social, de lo motor o de lo cognitivo.

Los trastornos del lenguaje, un problema del que hay que hablar a tiempo.Estar atentos puede mejora los resultados.

La mejor manera de prevenir trastornos del lenguaje es realizar una consulta médica ante cualquier duda, ya que el diagnóstico precoz es clave porque “cuanto antes se identifique y se aborde el problema, mejor será el resultado.

Los trastornos que no se atienden a tiempo son presagio de un mal desempeño cognitivo escolar”, advierte la fonoaudióloga María Morales.

Los niños tienen una neuroplasticidad (capacidad de su cerebro de adaptarse o modificarse frente al estímulo) óptima, por lo que tienen altísimas chances de revertir cualquier dificultad en este sentido.

Entre los problemas más habituales ligados al desarrollo del lenguaje, están las sustituciones o dificultades para pronunciar, según el otorrinolaringólogo Fernando Romero Orellano, jefe del Servicio de Otorrinolaringología (ORL) del Hospital de Niños de la provincia. Por ejemplo, el rotacismo: cuando no se puede pronunciar la erre. Puede ser por una condición física (un frenillo lingual corto, por caso) o a causa de un trastorno en el nivel de producción o articulación que se puede corregir con fonoaudiología. También está el sigmatismo: cuando se habla con la zeta en lugar de la ese. “A los 3 años, una R no es importante, pero si persiste a los 5 puede interferir con el aprendizaje de la lectoescritura propio de la edad”; advierte Orzi.

Diagnóstico y tratamiento

Los tratamientos para estos u otros trastornos más complejos son múltiples. Las características y la duración varían según la patología, pero también del niño que padece la dificultad y del especialista que lo aborde. Pero más importante que todo esto, aclara Romero Orellano, es realizar un diagnóstico correcto. No es lo mismo una pérdida auditiva en la cual el lenguaje está sólo retrasado porque el niño no lo escucha y que, tal vez, tratando una otitis media crónica o colocándole un audífono o implante coclear (si es un problema de nacimiento), empieza a escuchar y a producir lenguaje, que identificar una alteración cerebral o un retraso generado por un déficit de percepción.

Los especialistas consultados concuerdan en que el lenguaje no se puede concebir separado de lo social, de lo motor o de lo cognitivo. Es la unión de una base genética y de una buena interacción con el entorno. “Por lo tanto, en entornos carentes de estimulación, también se pueden observar manifestaciones alteradas del lenguaje”, explica Orzi. Por eso se recomienda generar vínculos y momentos estimulantes, así como estar atentos a cualquier dificultad de los chicos, tanto en su habla como en su forma de armar frases o de comprender lo que escuchan. En lo cotidiano, se trata de conversar con ellos, compartir juegos según la edad, acercarles música, lecturas y actividades lúdicas.

Porque, tal como indica la también especialista Verónica Maggio, del servicio de fonoaudiología del hospital, “existen mecanismos cerebrales que, en contacto con el estímulo del ambiente, permiten el acceso al lenguaje. El cerebro aprende el lenguaje sin esfuerzo consciente”. Habitualmente, alrededor de los 18 meses, los chicos pronuncian las primeras palabras. Cerca de los 2 años, combinan dos o tres como “papá auto”, y, a partir de los 3 años, suman artículos y verbos conjugados. Así, van complejizando el lenguaje y, cerca de los 6, terminan de construir su estructura básica. Dicho de otra manera, alrededor del año, los niños pronuncian entre 15 y 20 palabras; a los 18 meses, entre 30 y 40, y, a partir de los 2 años, más de 250 palabras.

Retraso y trastorno

No ocurre de esa manera cuando hay un retraso. En ese caso, el lenguaje se desarrolla de manera correcta, pero más lento o levemente desfasado de lo que se espera en función de la edad del niño. Este puede presentar alteración en la pronunciación de fonemas, tener un vocabulario pobre o modificar la estructura de las frases.

El retraso puede ser fisiológico o patológico. En el primer caso, para que el niño comience a hablar es cuestión de tiempo y de estimulación, mientras que en el segundo es preciso identificar si el problema está en la expresión, en la comprensión o en ambos, como explica Romero Orellano.

Se habla de trastorno, sin embargo, cuando “hay una alteración en el desarrollo del lenguaje que afecta varios aspectos de este (pronunciación y armado de las frases; el contenido y el uso, entre otros) y no responde a una alteración sensorial, cognitiva ni motriz. Además, es persistente”, detalla, por su parte, Orzi.

¿Cómo comenzar a afrontar el problema? El primer paso es consultar con un especialista, quien va a chequear que el niño efectivamente escucha y entiende lo que se le dice; luego, si sufre un problema neurológico, alteraciones o falta de estimulación. Es entonces cuando se empieza a trabajar en la solución.


Indicios

Consejos para maestros y familias para la detección.

Entre los 3 y los 12 meses

No sonríe.
No reproduce sonidos ni responde a ellos.
No balbucea ni gesticula.
Entre los 12 meses y los 2 años

No pronuncia palabras simples como papá, mamá o agua.
Emite pocos sonidos.
No responde a su nombre.
Entre los 2 y los 3 años

Demora en la aparición de las primeras palabras.
Tiene dificultad para seguir pequeñas órdenes como “dame”, “llevá”, “vení”.
Usa preferentemente gestos para conseguir lo que desea.
Entre los 3 y los 4 años

Comprende sólo órdenes simples.
Usa lenguaje sin sentido.
Repite lo que escucha sin entender.
No puede combinar dos palabras en una frase o lo hace sin usar nexos ni artículos.
No se le entiende porque no pronuncia de manera correcta.
Tiene dificultad para narrar pequeños eventos de su vida cotidiana.
En niños de 5 años o más

No comprende bien las consignas.
Tiene poca habilidad para armar frases largas.
Sufre limitaciones para contar vivencias y organizar lo que quiere describir.
No recuerda las palabras que necesita para contar lo que desea.



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