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7 de marzo de 2021

La joven del cántaro

Cristina Bajo, escritora

Muchos de estos poemas incas llegaron hasta nosotros gracias a Blas Varela, un cura que logró descifrar el “alfabeto” de los quipus.

Ordenando una de mis bibliotecas, donde tengo mucho sobre indigenismo, encontré un librito precioso, encuadernado; se titula Poesía, música y danza Inca y es una recopilación de viejos textos, algunos anteriores a la Conquista.

Las traducciones son muy cuidadas, algo que un lector con ciertos estudios agradece, ya que nos transporta a otras épocas, a otras culturas. Trae también fotos en blanco y negro que ilustran danzas, trajes e instrumentos, y aunque fue impreso en 1943, después de haber leído textos más actuales, reconozco que esta obra no pierde para nada su valor inicial.

Me fascinó el primer escrito, uno de los más antiguos; son nada más que cuatro líneas y cada una de ellas tiene solo una o dos palabras; el recopilador nos aclara que es un verso amoroso, por lo tanto, es corto para “que sea más fácil tañer en la flauta”.

Lo transcribo para que nos asombremos de su síntesis, e imagino a la amada trémula y expectante ante la visita del amante a medianoche:

Al cántico / Dormirás.

Media noche / Yo vendré.

En el segundo escrito, que se remite a una leyenda de la mitología andina, nos sorprenderán algunas frases acerca de los rasgos del carácter femenino y masculino. Es una narración pero también es una invocación, un relato y una descripción que explica el porqué de la lluvia, nos habla de sus credos y de sus dioses.

Es, en realidad, una oración para aplacar a lo que llamaríamos el clima. El antiguo texto comienza con esta frase: “Dicen que el Hacedor puso en el cielo una doncella, hija de un rey que sostiene un cántaro lleno de agua para derramarla cuando la tierra la ha menester, que un hermano suyo lo quiebra a sus tiempos y que del golpe se causan los truenos, relámpagos y rayos.”

A continuación, el antiguo bardo explica a sus oyentes que esos ruidos y violencias se producen a causa del hombre, ya que estas acciones son propias de varones feroces y violentos, de ningún modo “haceres de mujeres tiernas”. Sin embargo, el poeta aclara que tanto el granizar, el llover y el nevar pertenecen a esta diosa, pues son hechos “de más suavidad, blandura y provecho para el pueblo.”

Aquella historia fue puesta en versos por un inca astrólogo y poeta, quien quiso contar a sus vasallos las grandes virtudes de esta joven, a quien el Hacedor se las había concedido “para que con ellas hiciese bien a las creaturas de la tierra.”

Las estrofas del poema fueron traducidas allá por el S.XVI, por lo tanto el español es antiguo; y ya que no podemos saber cómo era la pronunciación del idioma incaico, un detalle hermosea el escrito, transmitiéndonos un aire de añejos cantares. Termina el poeta con esta estrofa:

El Hacedor del Mundo / El Dios que le anima

El gran Viracocha / Para aqueste oficio

Ya te colocaron / Y te dieron alma.

¿Cómo llegó este poema a nuestros días? También esa historia es atrapante: Blas Varela, un sacerdote seducido por la cultura incaica, descubrió los quipus, una especie de alfabeto que a través de hilos y mediante nudos, trenzas y al menos catorce colores, llevaba la cuenta de suministros comestibles, contaba historias, biografías y noticias. Con ayuda de un intérprete pudo traducir los textos salvándolos –para el futuro– del olvido.

Sugerencias: 1) Leer Inca, de Borja Cardelús, magnífica novela sobre el imperio cuzqueño apenas anterior a la conquista; 2) Para ahondar o enseñar estos temas: Floresta literaria de la América indígena, de José Alcina Franch; 3) Y Dioses, hombres y demonios del Cuzco, de Luis Enrique Tord; una saga atrapante compuesta de cuatro novelas sobre la conquista del imperio incaico. 



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