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FINANZAS Y MERCADO

29 de diciembre de 2016

Christine Lagarde el 2017 un año más duro

En un año de elecciones en Alemania y con un presidente estadounidense, Donald Trump, que simboliza exactamente lo contrario de lo que propugna la directora del FMI, Lagarde tendrà un año muy duro.

Nadie puede negar las cualificaciones de Christine Lagarde para el cargo de directora gerente del Fondo Monetario Internacional, igual que nadie puede decir que consiguió el cargo por esas cualificaciones. Tener experiencia en el sector privado y público, y haber sido ministra tres veces (la última, de Finanzas) de la octava mayor economía del mundo, y la quinta entre las industrializadas, es muy importante. Pero Lagarde no habría sido nombrada si no hubiera sido mujer, y si no hubiera sido europea.

De hecho, Lagarde es abogada, lo que la convierte en la primera persona que dirige la institución que no es economista. Pero eso es un signo de los tiempos. Al margen de los presidentes de los bancos centrales, quedan pocos economistas en puestos relevantes en la economía internacional. El presidente del Banco Mundial es médico. El de la Organización Mundial del Comercio (OMC), ingeniero. Los dos últimos secretarios del Tesoro de EEUU han sido, respectivamente, abogado y máster en Relaciones Internacionales, y la persona a la que Donald Trump ha propuesto para el cargo ahora, Steven Mnuchin, tampoco es economista. Gran Bretaña sólo ha tenido un ministro de Finanzas que era economista en las últimas décadas. El alemán Wolfgang Schäuble, el guardián de la austeridad, es abogado.

Ni Lagarde ni el FMI son responsables de que ése sea el proceso de selección en la organización económica con más poder del mundo. Ésa es la responsabilidad de los miembros, empezando por los europeos, que siguen agarrándose a la dirección de esa organización como a un clavo ardiendo. Que el director del Fondo sea un europeo no es, como se dice a veces, consecuencia de un pacto de caballeros, sino de algo mucho más increíble: el estadounidense Harry Dexter White, que iba a ocupar ese cargo cuando se creó la institución, era un espía de Stalin.White murió en su casa de campo (una casualidad), poco después de ser descubierto, y EEUU tuvo entonces que poner en el cargo al primer candidato que pasaba por allí, el belga Camille Gutt. El primer crédito de la institución fue, curiosamente, para Francia, el país que ha dirigido el Fondo durante 42 años, lo que supone el 62,5% del tiempo de existencia de la institución. Digamos que es una muestra de Europa y su concepto asimétrico de la democracia.Ahora, Lagarde acaba de sobrevivir al juicio en Francia por su negligencia en las ayudas del Estado al empresario -y aliado del jefe de la entonces ministra, Nicolas Sarkozy- Bernard Tapie.

 

Lagarde, declarada culpable de negligencia en el caso Tapie

 

El hecho de que la directora del Fondo haya sido declarada culpable sin que se le haya aplicado ninguna pena es un borrón innegable para un cargo en el que Lagarde ha mostrado una considerable habilidad política.Bajo su mando, el FMI ha sido capaz de mostrar más independencia respecto a Europa que en la época de su predecesor, el también francés Dominique Strauss-Kahn. Con Strauss-Kahn, el Fondo accedió a entregar rescates masivos a Grecia, pero aceptó sin problemas las proyecciones de crecimiento surrealistas para ese país que Berlín quería vender con el fin de que su opinión pública aceptase los programas.La razón era que el director gerente del Fondo no quería sino ser presidente de Francia, y, por tanto, estaba más interesado en su carrera política. Es algo que no es nuevo en el FMI. Horst Köhler lo dejó para ser presidente de Alemania, y Rodrigo Rato lo dejó por razones que nadie entiende, (aparte de que se aburría en Washington), pero que algunos en Moncloa creen que tenía que ver con sueños presidenciales en España.

Lagarde, aparentemente, no planea una carrera tras el FMI. Y, con ella, el Fondo ha tenido el valor en 2015 para afirmar que las proyecciones de Alemania para Grecia no eran realistas.La cuestión es ¿va a pasar lo mismo en 2017, cuando la situación en Grecia vuelva a replantearse, y, encima, en un año de elecciones en Alemania y con un presidente estadounidense, Donald Trump, que simboliza exactamente lo contrario de lo que propugna Lagarde? ¿Le ha debilitado políticamente, en una época de victorias populistas, el juicio y su declaración de culpabilidad?Aún no tenemos respuestas a esas preguntas. Pero para Christine Lagarde 2017 puede ser un año mucho más duro que el que ahora acaba.



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