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23 de febrero de 2019

El Trap asustan a los padres y atrae a los jóvenes

Duki saluda en un festival

Por: Redacciòn FM Fleming"Magazine"

Las letras de de este ritmo musical de moda cautivó a niños y adolescentes despierta polémicas.

 

El trap llegó de la mano de "Duki, Ysy A y Neo Pistea" (què juntos forman el trìo #ModoDiablo. En los esenarios se siente a la multitud cantar sus canciones : “Yo me siento como un rockstar/ cojo putas como un rockstar/ tomo pastillas como un rockstar”, cantaron en la primera canción, titulada Rockstar y perteneciente a Duki. 

Más tarde, en Hijo de la noche (de Duki junto a Ysy A y C.R.O.) se escuchó: “Soy hijo de la noche/ pienso en drogas, plata y puta’/ yo no quiero un coche”. Y en el final, con Quavo, Neo Pistea disparó: Me saludan to’ los dealers cuando llego/ cuando salgo por el barrio soy el Diego/ me conocen, me la venden, me la llevo”.

Son apenas un puñado de ejemplos de un glosario de palabras y expresiones mucho más amplio, que aparecen en las letras de las canciones con situaciones y acciones más explícitas. 

Plantea un debate moral en relación sus letras y el modo de vida de sus impulsores.

Sexo, drogas y, en vez de rock and roll, trap. Hasta ahí, nada que no se haya visto antes en diferentes tiempos y lugares, y con diferentes ritmos musicales como telón de fondo.

El trap sorprendió este año a los espectadores de Jesús María. (La Voz)

El trap sorprendió este año a los espectadores de Jesús María. Foto:Gentileza)

De hecho, los casos se multiplican. Ya sea entre en los ’50 y los ’60, con el rock y su irrupción como subcultura adolescente en diferentes partes del mundo. O en situaciones más particulares, como la demonización del heavy metal en los ’80 (con Nancy Reagan como cara visible en los Estados Unidos) o, en nuestro país, con el foco mediático en géneros suburbanos, como el rock chabón y la cumbia villera (entre fines de los ‘90 principios de 2000).

“Es un poco chistoso que se hable de eso como si fuera exclusivo del trap, cuando Chuck Berry también hablaba de esos temas. No me parece que haya tantas diferencias. No es que el rock hablaba de la moral y las buenas costumbres. Capaz que estos pibes son un poco más zarpados, pero no sé hasta qué punto”, refuerza Lucas Garófalo, periodista de Rolling Stone y autor de una emblemática entrevista a Duki aparecida en ese medio a mediados de 2018. Y agrega: “Spinetta tiene un tema que dice literalmente ‘me gusta ese tajo que ayer conocí/ ella me calienta, la quiero invitar a dormir’, y si no es su tema más pegadizo le pega en el palo”.

in embargo, lo que molestó a muchos esa noche en Jesús María y lo que sigue generando ruido mientras el trap avanza irrefrenable en su crecimiento como una cultura masiva con peso propio, se encuentra en la platea y no tanto sobre el escenario. Tiene que ver con el acceso irrestricto de niños y preadolescentes a canciones, videos y contenidos de todo tipo donde los excesos y la misoginia parecen ser moneda corriente.

Tiempo de redes y plazas

“Es verdad que ahora lo consumen pibes más chicos”, analiza Garófalo, que inmediatamente retruca con un ejemplo ligado a uno de los grupos más reconocidos del pop nacional: “Miranda! Tenía unos temas… El profe decía ‘quiero ser tu negro del camión, quiero ser tu gordo picarón’ y también eran todos nenitos los que lo cantaban. No me parece que sea tan nuevo”.

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Lo que diferencia al trap de muchos otros géneros, subgéneros y artistas puestos bajo la lupa por sus contenidos está relacionado a su modo de circulación. Frente a otros casos en los que la industria musical todavía comercializaba música predominantemente de un modo analógico, hoy no hay stickers de aviso que puedan ser pegados en las tapas de un CD a modo de prevención. Como buena parte de la música que circula a gran escala, el trap tiene su mayor flujo de consumo a través de plataformas digitales, con YouTube como principal vidriera.

Aunque el género nace en los años ’90 al sur de los Estados Unidos como una disección del movimiento más grande que ya entonces representaba el hip-hop, comienza a tener su auge entre 2000 y 2010, y se expande por el mundo hacia mediados de esta década. En los últimos tres años, y con la creciente popularidad de las batallas de freestyle como caldo de cultivo para toda una nueva generación de escuchas, en Argentina se instaló definitivamente como una música asociada a los más jóvenes.

No es el trap, soy yo: una opinión sobre el género de moda

“Lo hablé con Duki a esto, él renegaba de que su público fueran niños. Él me decía que le daba un poco de culpa, sobre todo cuando hablaba de drogas, porque él sabía que no era para cualquiera, y que era peligroso”, puntualiza Garófalo, que recuerda la situación de llegar a su asiento en el show del trapero en el teatro Gran Rex y ver que el resto de la fila estaba integrada por chicos de 8 o 9 años.

“A la vez me decía ‘yo no puedo cantar algo que no sea lo que vivo, y esto es lo que vivo’”, comenta sobre Duki. “Su teoría era que a los niños les gustaba porque por más que no entendían de lo que estaba hablando, se daban cuenta de que era real lo que estaba pasando, y que esa sinceridad era lo que les terminaba pegando”, agrega.

“Con Ysy también hablé del tema”, dice Garófalo sobre otro de los integrantes de #ModoDiablo y, además, fundador de El Quinto Escalón, la competencia de riñas de gallos más importante de Argentina, que entre 2012 y 2017 cimentó las bases de una nueva cultura asociada al hip hop en las nuevas generaciones. “Él decidió matar a El Quinto Escalón porque, entre otras razones, la competencia se había llenado de nenes. Él no quería hacer plata con nenes, quería hacer su música”.

“Es una generación que entró a YouTube después de 2010, 2012, justo cuando la plataforma cambió sus políticas internas para poder capitalizar los públicos más adolescentes o preadolescentes”, aporta Juan Ortelli, exdirector de Rolling Stone y cronista especializado en música urbana, además de jurado de varias contiendas de riñas de gallos.

“Vos tampoco podés elegir tus públicos, y eso le pasa hasta al Indio Solari”, aporta Ortelli. “Estoy seguro que no les hace gracia ni a ellos que haya niños cantando las canciones. No es algo que desearían. Pero al mismo tiempo esto es un negocio enorme. Especialmente Duki es alguien que ha sabido manejar muy bien su momento de mayor propulsión, como casi ningún otro artista argentino” analiza. “En todo caso es una tarea de los padres el hecho de permitir o no que sus hijos estén ahí”.

Grieta generacional

“Que la música se pegue es totalmente independiente a las letras, es por una cuestión de melodía o ritmo. A lo sumo por el sentido fonético de las palabras”, analiza Garófalo. “Cuando explotó la cumbia villera los nenes cantaban ‘A mi amigo el Tano le gusta la pasta’ y realmente pensaban que estaban hablando de fideos”, ejemplifica, haciendo alusión a una canción de Pibes Chorros con una referencia explícita a la cocaína.

“Lo que pasa es que se vuelven a mover repertorios morales que se movían también con la cumbia villera”, aporta Cecilia Castro, antropóloga, comunicadora social y becaria de Conicet. Sin embargo, aquello que perciben los adultos de una letra o una impronta escénica no parece ser lo que atrae a los más chicos.

“Vos cuando bailás, si estás muy involucrado en la acción, probablemente suspendas el pensamiento”, ilustra Castro. Cuando se busca analizar las letras y su impacto, se deja de lado aquello que tiene que ver con la experiencia lúdica y creativa que ofrecen los sonidos y el ritmo. “Esa dimensión deja de lado otra que tiene que ver con lo afectivo, con cómo se vive la música y qué se hace con ella. La pregunta sería qué hacen los niños con eso”, indaga.

“Los festivales como el de Jesús María empiezan a buscar artistas que atraigan y unan a diferentes generaciones, para que padres y niños convivan en el mismo evento. Y esas generaciones quizás le están pidiendo a la música cosas distintas. Por eso es algo digno de escuchar para unos y una porquería para otros”, teoriza en relación al choque que se produce entre infantes que ven a los traperos como ídolos y mayores que observan con preocupación ese nivel de identificación.

“El modo de acceso a esos consumos que tienen los niños es diferente al de los adultos. Ellos lo comparten entre pares”, especifica Castro, que también pone a consideración el lugar de la escuela y los procesos creativos que pueden generarse, por ejemplo, a través de una actividad ligada al hip hop, con la improvisación y la rima como elementos que activan pasiones y emociones.

En ese sentido, Juan Ortelli destaca el proceso de socialización e intercambio que se genera en situación escolar, y que tiene al trap hoy como discurso hegemónico entre los más chicos. “Esas son las cosas que no recordamos cuando nos hacemos adultos. Tiene que ver con la identificación en el colegio. Empieza a bajar y degradarse hasta llegar a pibes de ocho años”, define.

Para mí el colegio es el primer lugar”, explica. “Que el hijo de Ciro (Martínez, exlíder de Los Piojos) sea fan de Duki tiene que ver con que, seguramente, con sus amigos en el colegio no cantan otra cosa. Y si todos cantan eso vos también querés cantarlo, es así, y así ha sido siempre. Lo que pasa es que cuando hacemos una crítica cultural tendemos a olvidarnos de las cosas que nos formaron”.

Las batallas, en el origen              

Basta buscar en YouTube para ver a Duki, Paulo Londra, Wos o Ecko compitiendo en El Quinto Escalón. Ese encuentro de freestyle y ejemplo sintomático del arraigo de las riñas de gallos en la cultura joven argentina llegó a convertirse en un auténtico mito a nivel continental y es un semillero inigualable de muchos de los referentes del trap nacional, que hoy son productos de exportación en forma de canciones y videos virales.

Las batallas fueron, indudablemente, el germen de todo lo que después se convertiría en un movimiento de proporciones impensadas, y todo un cisma dentro de la industria musical actual. Que la Batalla de Gallos de Red Bull haya convocado a más de diez mil personas en diciembre en el Club hípico Argnetino y que haya sido parte de la grilla del último Lollapalooza Argentina son síntomas concretos de un fenómeno que no surgió de un día para el otro, sino que se gestó durante años en plazas y escuelas de todo el país.

"A todos, en todo el mundo, nos gusta saber quién es el mejor, pero al argentino le encanta. Esa cosa de ver a dos personas enfrentadas y hasta de hinchar por ellos", analiza Juan Ortelli, jurado frecuente de este tipo de encuentros. "También se han convertido en eso las batallas, y el público argentino es único en ese sentido. Es el público que más ve riñas en habla hispana, y eso tiene que ver básicamente con esa pasión que le ponemos a todo, a ser fanáticos de las cosas".



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