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EDUCACION

16 de mayo de 2019

La revolución digital no ha llegado a la universidad

La revolución digital no ha llegado a las aulas. Sí al ámbito de la investigación pero no ha sido así en el de la docencia.

Por: Por:Redacciòn FM Fleming con informaciòn de Agencias

Los universitarios quieren profesores más innovadores.Las aulas en los campus le falta de transformación.

Los jóvenes usan la tableta y el móvil como un apéndice de su cuerpo. Escuchan música, juegan, se comunican en grupos, contratan viajes, envían dinero, aprenden idiomas, acceden a cursos en un par de clics y elaboran trabajos conjuntos citándose en la pantalla... todo son facilidades para conectarse, aprender y decidircon rapidez y agilidad. Y entonces entran en la universidad y encuentran otro mundo. Un mundo suspendido en el tiempo, donde un profesor imparte una clase magistral, se toman apuntes y, al finalizar el temario, se examinan por escrito. Como toda la vida y como en los tiempos de nuestros ancestros.

“Si viniera una persona de la edad media lo único que reconocería sería la universidad”, señala Antonio Ariño, sociólogo de la Universidad de Valencia y autor del informe publicado ayer por la Xarxa Vives Ser estudiant universitari avui.

Metodologías

Sólo el 5% de las materias introduce técnicas de la clase invertida o ludificación

“La revolución digital no ha llegado a las aulas. Sí al ámbito de la investigación pero no ha sido así en el de la docencia”, indica el profesor. No ha llegado a las aulas y eso sorprende a los estudiantes que, en general, valoran peor las clases magistrales en las que se limitan a “cumplir con lo imprescindible que les pide la asignatura”. En cambio un tipo de metodología más activa impulsa al estudiante a ir más allá y “consultar libros y otros materiales”.

Los jóvenes usan la tableta y el móvil como un apéndice de su cuerpo. Escuchan música, juegan, se comunican en grupos, contratan viajes, envían dinero, aprenden idiomas, acceden a cursos en un par de clics y elaboran trabajos conjuntos citándose en la pantalla... todo son facilidades para conectarse, aprender y decidircon rapidez y agilidad. Y entonces entran en la universidad y encuentran otro mundo. Un mundo suspendido en el tiempo, donde un profesor imparte una clase magistral, se toman apuntes y, al finalizar el temario, se examinan por escrito. Como toda la vida y como en los tiempos de nuestros ancestros.

Prácticas activas

Al alumnado le gusta el trabajo en grupo pero prefiere ser evaluado de forma individual

Así, pese a que los alumnos prefieren los ejercicios y las actividades prácticas, donde sienten que aprenden más, no les gustan las evaluaciones de grupo sino las individuales, donde queda patente qué conocimiento tiene cada uno.

Esta preferencias no resultarán sorprendentes en los claustros de los campus. “Y, sin embargo, la docencia es reticente a cambiar”, admite Ariño, “y tardaremos en ver hiperaulas” por la falta de un profesorado dispuesto a enseñar de forma innovadora.

No obstante, con frecuencia, estas metodologías implican cambiar actitudes, mejorar aptitudes y mover recursos: mayor transparencia, trabajar en equipo de docentes, tiempo de preparación de las propuestas en el aula, mayor riesgo... No todo depende del profesor, según el investigador de la Universidad de Barcelona (UB), Miquel Martínez, coautor del mismo estudio de la Xarxa Vives. “Para afrontar la innovación se requiere no sólo la voluntad del profesional sino estar inmersos en un sistema adecuado. Más tiempo de preparación para las clases implica condiciones laborales adecuadas, más personal, y una estabilidad de plantilla de las que no goza la universidad”, defiende el profesor Martínez.

Obstáculos

Más tiempo para preparar las clases implica condiciones laborales adecuadas

El encorsetamiento universitario no se nota sólo en la docencia. Según el estudio, la falta de flexibilidad en currículos, tiempos, presencialidad, evaluaciones expulsa de los campus a aquellos estudiantes que no se ajustan a un estándar de vida. “Hace 20 años que se aprobó el Espacio de Educación Europeo con el proceso de Bolonia, para armonizar los distintos sistemas de educación. Uno de los objetivos que perseguía era crear condiciones para desarrollar una trayectoria lenta para aquellos que querían compaginar el trabajo o la crianza. Eso no se ha logrado, no se han generado facilidades para itinerarios largos”, señala Ariño, indicando que la exigencia de la presencialidad o la evaluación continua rompen con este objetivo. “Puedes matricularte de lo que quieras pero debes integrarte en un sistema rígido”, apunta. Los autores sugieren cambios en los tipos de evaluación o en los tiempos de aprendizaje. Recomiendan la posibilidad de programar clases intensivas o en horarios de fin de semana.

De hecho, en la encuesta destaca el bajo porcentaje de alumnos que trabaja a tiempo completo (5,5%), frente al 75% que o bien no trabaja nada (la mayoría) o picotea en algún trabajo ocasional. Eso explica que el 60% viva en casa de sus padres, que son los mismos que financian sus estudios y otros gastos. Esto se reduce en los máster (43%), unos cursos que se consideran como una prolongación obligatoria de la formación, según contestan los propios encues-
tados.

Del resultado de la encuesta parecería que las universidades se enfocan a un tipo de alumno joven, sin responsabilidades familiares, ni laborales y con su vida disponible a los estudios y desatiende al joven que trabaja, se emancipa, crea una familia...

“Los centros deberían ser capaces de reforzar la flexibilización curricular y el calendario académico atendiendo la demanda de los estudiantes con obligaciones laborales durante el curso o en vacaciones que suelen ser, además, los de origen menos favorecido”, manifiesta Ariño. Del mismo modo, habría que facilitar la conciliación de la vida laboral y familiar y la prolongación de los estudios a lo largo de la vida.

Tampoco la universidad ha flexibilizado la puerta de acceso a sus estudios. La entrada por la selectividad sigue siendo la vía principal (82,4%). Los ciclos formativos (CFGS) representan el 11,5% y han descendido respecto a la encuesta de hace dos años en que representaban el 18,2%.

También han descendido aquellos que tratan de entrar por el examen de mayores de 25 años y que representa un mínimo 6,1%.



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