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EDUCACION

20 de diciembre de 2020

Las clases entre la pandemia y la virtualidad

Tan solo 150.404 estudiantes -el 1% del total- fueron habilitados a regresar a clases presenciales desde marzo.

 El 18 de diciembre de 2020. Finalmente llegó el último día del ciclo lectivo y, como se sospechaba, el año transcurrió completo sin que la inmensa mayoría de los chicos pudiera volver a tener clases presenciales. Desde el 16 de marzo hasta hoy, más de 11 millones de estudiantes no regresaron a las aulas y siguieron con lecciones a distancia.

De 9 de cada 10 escuelas primarias usan WhatsApp para proponer tareas en cuarentena

WhatsApp ha sido el medio más utilizado por las escuelas para proponer tareas a los estudiantes, según una encuesta nacional que realizamos a familias de estudiantes de escuelas primarias urbanas de gestión estatal. El dispositivo más usado para las actividades escolares es el celular, de acuerdo con los nuevos resultados.
En 92,2% de las primarias estatales urbanas se utiliza WhatsApp para proponer tareas durante la cuarentena.
6 de cada 10 escuelas recurren a libros de texto (62,6%) o a cuadernillos y fotocopias (61,3%) para plantear actividades pedagógicas.
El 72,4% de las familias encuestadas reporta que los alumnos utilizan dispositivos de uso común (compartido con otras personas)
Solo el 42,7% de las familias considera que la calidad de su conexión es “adecuada” para hacer las tareas escolares.

Según revela el mapa de vuelta a clases de CIPPEC, tan solo 150.404 alumnos -apenas por encima del 1% del total- fueron autorizados, protocolos mediante, a sentarse en sus bancos, compartir un aula con sus compañeros y tener una clase presencial con sus docentes al menos un día desde marzo. No obstante, autorizados no quiere decir que efectivamente hayan vuelto a las aulas. Es tan solo el universo total que informaron las provincias.

Durante el primer semestre, si bien gran parte del Interior se mantuvo libre de COVID-19, no hubo avances en la apertura escolar, con excepción de 2.700 alumnos de Catamarca, que por regirse por un calendario especial necesitaban retornar para tener un cierre de año. Recién en agosto se anunció con bombos y platillos la vuelta a las clases presenciales en San Juan. La experiencia duró tan solo once días. Ante el menor brote de contagios volvieron a cerrar todo.

A lo largo de los nueves meses, la ciencia comenzó a entender al virus. En un principio, la presunción era que los niños funcionaban como “supercontagiadores”, que si bien sorteaban la enfermedad sin mayores dificultades, sí eran vectores del virus y lo podían llevar con facilidad a sus casas. Ya a mediados de año la evidencia iba en sentido contrario: los chicos mostraban menos chances de contagiarse que los adultos y tampoco parecían grandes propagadores de la enfermedad.

Pese a la evidencia, Argentina y buena parte de Latinoamérica optaron por mantener el cierre. En octubre, ya a dos meses del final del ciclo lectivo, el Consejo Federal de Educación aprobó indicadores objetivos que definían si una jurisdicción estaba en condiciones o no de reabrir las escuelas. El semáforo epidemiológico arroja tres resultados: riesgo alto, medio y bajo. La resolución introdujo la novedad de las actividades educativas de revinculación, reencuentros en formato burbujas que estaban permitidos incluso en las zonas de riesgo medio.

Recién entonces se empezó a generar más movimiento. En total, 4.9 millones -el 43% del total- fueron los alumnos habilitados a desarrollar estas actividades, que son recreativas, artísticas y de reencuentro al aire libre, pero siempre aclararon que no se trataba de clases. Entre todos esos casi 5 millones de estudiantes no hay un registro de cuántos en verdad volvieron a verse con sus docentes.

Pese a ese avance, nueve provincias jamás emprendieron un intento de recuperar el vínculo presencial en todo el año: todas las patagónicas (Tierra del fuego, Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz), parte del NOA (Salta, Tucumán y Santiago del Estero) y Córdoba.

Desde el mismo día que se suspendieron las clases, el domingo 15 de marzo, el Ministerio de Educación nacional anunció un plan de continuidad pedagógica, que luego cada distrito -y sobre todo cada escuela- ajustó de acuerdo a sus posibilidades. Horas de aire en televisión, programas de radio con contenidos educativos, cuadernillos y plataformas virtuales para intentar sostener el vínculo entre docentes y alumnos.

En la evaluación nacional de continuidad pedagógica, cuyos resultados se conocieron a fines de julio, quedó evidenciado que la principal herramienta de comunicación fue WhatsApp. Y también quedó evidenciada la profunda desigualdad en la enseñanza a distancia entre las escuelas públicas y privadas. La brecha de aprendizajes, en un sistema que ya era profundamente desigual, se ampliará a raíz de la pandemia.

La escuela, pese a sus dificultades, cuenta con más herramientas para igualar oportunidades que el hogar. En las casas entran a jugar decenas de variables que afectan la posibilidad de educarse: tener o no tener Internet, tener o no tener computadora, tener o no tener padres con nivel educativo suficiente para acompañar con las tareas, tener o no tener espacio para estudiar, tener o no tener conflictos familiares y un largo etcétera.

Muchos chicos, incluso, quedaron en el camino. A mediados de año, según el informe oficial, eran un millón los estudiantes que habían perdido vínculo con la escuela. Lo lógico sería que ese número haya aumentado con el correr de los meses. Esa desconexión, se sabe, redundará en una suba pronunciada de la deserción escolar.

Recién en 2021 se podrá empezar a mensurar el impacto de la suspensión de las clases. Del contraste entre las matrículas, surgirá el total de alumnos que abandonaron la escuela. De las pruebas Aprender surgirán los aprendizajes que quedaron pendientes. Para los efectos a largo plazo habrá que esperar al menos un par de décadas. Los estudios internacionales proyectan una pérdida salarial en la vida adulta por haber pasado un año sin poder asistir a clases.

Esos golpes habrá que amortiguarlos desde 2021. De cara al año que viene la expectativa es que “haya la mayor presencialidad posible en las escuelas”. Los docentes, de hecho, fueron incluidos entre los grupos prioritarios para recibir las primeras vacunas que lleguen al país.

Con o sin vacuna, la convivencia con el virus seguirá durante buena parte de 2021. Por lo cual, la educación a distancia seguirá presente, seguramente bajo un esquema dual que combine algunos días de clases en la escuela y algunos días de clases en el hogar. En estos tres meses que hay en el medio, la planificación no puede faltar ni fallar. Cuanto menos, los gobiernos deben precisar cuántos docentes necesitan para cumplir con la doble tarea, deben localizar e ir a buscar a los chicos que perdieron, deben invertir en las refacciones escolares que sean necesarias para cumplir los protocolos, deben preparar secuencias didácticas diferenciadas para compensar los aprendizajes dispares.

El 2021 debería ser un año de reconstrucción educativa 

La pandemia nos invita a repensar la escuela del mañana. Más tecnología no es garantía de mejor educación, como tampoco lo es mayor cantidad de horas frente a una pantalla. Alumnos frente a la pantalla sin que tengan ningún interés en lo que sucede en ella no parece ser una práctica educativa innovadora, más allá de que involucre un dispositivo electrónico. ¿Cuál es la clave para una verdadera transformación educativa?

La clave es trabajar colectivamente, escuchar las voces de los alumnos, pensar en lo que están necesitando. Hay un cambio en materia de educación que se vienen dando desde hace tiempo, con un fuerte protagonismo de la escuela, con gran participación de estudiantes y padres. En un contexto social particular como el que estamos viviendo, es importante que estemos juntos repensando la escuela de cara al futuro, es el momento de reinventar la escuela entre todos”, un modelo educativo innovador para que más instituciones educativas de todo el país -de nivel primario y secundario, de todo tipo de gestión pensar la escuela que viene, diseñar en red proyectos de innovación educativa.

Repensar la oferta educativa en el marco de un escenario productivo pospandemia, sería el camino ideal para una transformación con visión a futuro, pensando en el nuevo mundo que tendrán que enfrentar las generaciones venideras. Parte de pensar la educación que queremos para nuestros jóvenes, tiene que ver con adaptarse a las nuevas necesidades y requerimientos de un escenario cambiante, a travesado por las nuevas tecnologías. Pensar en las habilidades del siglo XXI es parte del cimiento a la hora de diseñar modelos educativos innovadores, donde los jóvenes sean el centro de la transformación.

En este sentido, el desafío de los estudiantes presentes y futuros se centra en el desarrollo de habilidades y formas de pensar que los ayuden a prosperar en el entorno laboral altamente técnico y creativo que año a año se viene profundizando, así como también prepararlos para tener una conciencia tecnológica como ciudadanos y poder desenvolverse de manera responsable, informada, segura, ética, libre y participativa, ejerciendo y reconociendo sus derechos digitales y comprendiendo el impacto de éstos en su vida personal y su entorno. La transformación digital no es solamente la integración de las nuevas tecnologías, sino un cambio de procesos de gestión en las instituciones”.

“El desafío es claro, hay promover esquemas de formación y desarrollo de habilidades mejoren las competencias y empleabilidad de la fuerza de trabajo a mediano y largo plazo. Este es un factor esencial para la transición a la economía formal. Aquí es donde el desarrollo local tiene sus mayores desafíos”.



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