SALUD EMOCIONAL
5 de mayo de 2018
La sociedad discrimina al adulto mayor y le impone morir en soledad
Si bien la medicina ha aumentado la esperanza de vida, a medida que esta avanza también aumentan las enfermedades crónicas y discapacidades que precisan de ayuda y cuidados.
En las situaciones de dependencia, cuando hay sufrimiento o se acerca la muerte, es cuando más claramente se entrelazan los problemas médicos con los sociales, económicos, familiares o afectivos. El cuidado implica dar respuestas adecuadas y exige conocer y poner a disposición de las personas mayores y sus familiares, los servicios asistenciales y sociales que les puedan ayudar a enfrentarse a la diversidad de problemas que se les plantean.
Los profesionales que se dedican a ayudar no pueden conformarse con no ser negligentes, tienen la obligación moral de ser diligentes y tender a la excelencia, una aspiración que habrá de cultivarse en la relación que establezcamos con la persona mayor y en la habilidad para dar soluciones a sus problemas cotidianos.
La excelencia en la asistencia a los mayores se da en cosas tan sencillas como en escucharlos, llamarles como les gusta ser llamados, comunicarse con ellos, sentarse cerca, tomar sus manos si lo desean, vestirlos dignamente, cerrar una cortina para respetar su intimidad, etc., en definitiva, considerarlos y tratarlos como personas, transmitiendo humanidad y humanizando la asistencia.
Muchas son las cosas que hay que mejorar en la asistencia de la salud, pero en lo referente a los profesionales, quizás lo más importante, y lo más difícil, sea intentar cambiar ciertas actitudes y hábitos que, amparados unas veces en la organización de las
instituciones en que trabajan y otras en el corporativismo o en el “siempre se ha hecho así”, se siguen manteniendo.
El respeto a la intimidad, ya lo hemos visto, es una de las mayores preocupaciones de las personas mayores.
Sin embargo, se sigue aceptando como “normal” que en hospitales y centros de salud en general, se les pongan camisones que solo cubren la parte delantera de su cuerpo, se los lave o hagan sus necesidades sin cerrar una puerta o entrando y saliendo gente de la habitación, etc. Excusarse en las trabas organizativas, la escasez de personal o las urgencias, no facilita el cambio de hábitos. Se debe hacer una autocrítica profunda y valorar que se está ante personas dependientes que sufren por el hecho de tener que ser lavadas o vestidas por otros y que no han renunciado a su derecho a la intimidad, sino que lo ejercitan permitiendo que se acceda a ella porque confían en nosotros y esperan que seamos sensibles y la respetemos.
El paternalismo mantiene toda su vigencia en la relación de los profesionales con las personas mayores y esto no sólo dificulta la promoción de su autonomía sino que favorece su infantilización. No negamos que la autonomía de los mayores dependientes puede verse razonablemente limitada al tener que adaptarse a los proyectos de vida de los familiares que los cuidan, pero esto no justifica que se les informe de procedimientos, tratamientos o ingresos, cuando unos y otros han tomado ya decisiones por ellos. Quizás esta actitud tenga que ver con que frecuentemente confundimos su incapacidad para realizar las actividades de la vida diaria con la incapacidad para tomar decisiones.
La planificación anticipada de la atención al final de la vida debe incorporarse como una actividad más de los profesionales en los centros de salud .Además de promover la autonomía moral del paciente y aumentar su sensación de control, se estará mejorando el proceso de toma de decisiones y disminuyendo la incertidumbre, que tantas veces afecta al personal cuando se desconoce qué hubiera deseado la persona mayor en su final.
La discriminación de las personas por razones de edad sigue siendo un hecho habitual en nuestra sociedad que se refleja en ciertas actitudes que mantienen algunos profesionales, como por ejemplo: excluirlos de las conversaciones, tratarlos en forma impersonal o como a niños, dirigirse a ellos con términos como “cariño”, “abuelo”, “nono”, “padre” etc., obligarlos a realizar determinadas actividades a las horas que se les impone o imponerles morir en soledad detrás de un biombo, y aunque no se reconozca, otros limitan el acceso de las personas mayores a determinados procedimientos diagnósticos o terapéuticos, que incluso han mostrado más eficacia en este grupo, sin más explicación que la del para qué, si se está ante una persona de edad avanzada. La habilidad para aprender rápido un programa de computación se confunde con la capacidad para la visión global y en profundidad de los problemas y rumbos a seguir tanto en los ámbitos familiares, como en los empresarios y los políticos. “…El día que se corte la luz los jóvenes van a tener problemas para trabajar, en cambio los mayores simplemente continuarán haciéndolo a la luz de una vela…”
El valor de las personas no se reduce a cuanto saben respecto del manejo de nuevas tecnologías o programas de computación.
La vida, entendida como la interacción del ser humano con otras personas y con el mundo que lo rodea, se transforma en experiencia y en este terreno, tenemos que recurrir a los mayores para aprender, necesidad tanto o más prioritaria como lo fue en otras épocas y erróneamente descalificada en los últimos años.
Nuestro mundo no es tan distinto al de nuestros abuelos, algunas cosas han cambiado (la moda, la tecnología, los servicios), pero las características de la condición humana, los sentimientos, los miedos y las dudas que enfrentamos son, en el fondo, las mismos que ya han enfrentado y superado nuestros mayores. (Basado en R.Longinotti)
“Los ancianos tienen mucho que enseñar a la sociedad. Del anciano se puede aprender la memoria. Las generaciones más jóvenes van perdiendo el sentido de la historia y con él, el de la propia identidad. Una sociedad que ignora el pasado corre el riesgo de cometer con facilidad los mismos errores”.
Visión completa de la vida:
"Nuestra vida está dominada por la prisa, la agitación y a veces por la neurosis. Es una vida distraída, que se olvida de los interrogantes fundamentales sobre la vocación, la dignidad, el destino del hombre. La tercera edad es también la edad de la sencillez, de la contemplación. Los valores afectivos, morales y religiosos vividos por los ancianos son un recurso indispensable para el equilibrio de la sociedad, de las familias, de las personas... El anciano entiende muy bien la superioridad del ser sobre el hacer o el tener. En definitiva, las sociedades humanas serán mejores en la medida en que sabrán beneficiarse de los carismas de la vejez.
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